Antes de que la
justicia se cumpla
Hechas las paces
con mi máquina de pelar caramelos,
subo las escalinatas que llevan al cadalso.
No quise ofender a Dios, que quede claro.
Ofendí a los mercaderes del templo
tirando al suelo sus canastos de nada,
su aliento de baratijas,
su compulsión a derretir golosinas
en el propio envoltorio.
Mañana ya estaré dividido.
Mañana seré uno en dos partes
(no dos en uno, sino uno en dos)
cerebro para el olvido
y cuerpo despedazado por los caranchos.
Esa actriz que hoy lee mi historia
al final de la escalera, miente,
como mienten los jueces
que lacraron la sentencia.
Yo no soy el monstruo del que hablan.
Sólo soy el hombre que hizo las paces
con su máquina de pelar caramelos.
¡Una simple máquina manufacturada por mí!
¿Cómo se puede condenar a alguien
que ha decidido no hacer más la guerra?
me pregunto
mientras mi cabeza rueda por el suelo.
El tren se detiene en
una estación vacía y
“No te duermas” me digo
pero
igual me duermo.
“Como ya te has dormido -me digo-
no
sueñes”.
Entonces sueño.
Es un sueño con palabras
que no se
dicen.
Es una canción para ver
con cielos de
mermelada
y taxis de papel de
diario.
Es una música de siempre.
Es un texto prohibido
por
militares analfabetos.
Tengo la cabeza en las nubes
pero las nubes son de
diamante
y me
encandilo.
Un mozo de plastilina
con corbata de
espejitos
me propone un canje.
“Es un canje muy conveniente
-me
dice-.
Es todo a cambio de nada.”
Tarde descubro que es todo para él
y nada para mí. Entonces lloro.
“No te despiertes”
me dice
el carcelero,
pero ya estoy despierto.
En un pastoral
albergue
Tenías una de las mejores sonrisas que recuerdo
y también un nombre que remitía a buenas acciones,
y a esplendor, y a majestad remitía /
nombre que gustabas pronunciar con arrogancia
para diversión del profesor Atilio, que sabía de etimología
y que también sonreía con sus dientes pequeñitos,
aunque su sonrisa no fuese de las más notables que recuerdo.
Tenías las mejores nalgas de aquel año bisiesto,
incluyendo los tres años siguientes y sus respectivas
siestas
más el aplauso sostenido / interminable
de los habitantes de Fuenteovejuna (vivándote en la plaza),
más el dulce lamentar de dos estúpidos pastores
y el oráculo que pendulaba sobre la cabeza del caballero de
Olmedo.
Tenías una carpeta de apuntes y una vocación voluble
como la dama de Rigoletto, cambiando de palabra
qual piuma al vento,
vento di Verdi, vento di cuore,
y un papá camionero que faltaba a todo almuerzo.
Tenías amigas que convivían con la música
y una hermana que hablaba por la radio
y un visitador médico que te atiborraba de muestras gratis.
Y tenías mi deseo de machito dispuesto a todo
con tal de complacerte / y tu casa en ese barrio obrero
y un balcón que algún día se vendría abajo.
Rogelio Ramos
Signes. Tucumán, Argentina
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Muchos hombres no se equivocan jamás porque no se proponen
nada razonable.
Johann Wolfgang Goethe
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