Fútbol era el de
antes
El domingo los varones se
levantaban sin necesidad del despertador o del zamarreo materno de los días de
clase. Peleaban en la puerta del único baño para ver quién de ellos llegaba
primero a la canchita que el vasco Román les prestaba durante las horas de la
mañana para que los más chicos patearan la pelota. El mismo Román ejercía otros
roles: era el director técnico, el que los llamaba al orden si jugaban dañando
al compañero y también el dueño y señor del silbato. Silbato que cobraba sin
piedad los errores y los expulsaba del potrero condenándolos por uno o más
partidos a la frustrante situación de simples mirones cuando los demás se
movían entre la tierra gambeteando la pelota. Si la goma de la pelota se rompía
y hasta que juntaran el importe de una nueva, usaban una de trapo bien dura
hecha con los retazos de Doña Martina, la costurera del barrio. Cuando las
madres, delantal puesto y manos húmedas aparecían en las puertas llamando a
comer, el grupo se dispersaba con el chau amistoso del que se aleja sudoroso y
sin rencores.
Cuando Román (que era más bueno
que Lassie con bozal) colmaba su paciencia, era inminente la vergonzosa
posterior expulsión del campito del peleador de la mañana: El pibe se tenía que
enfrentar a su padre y salir airoso de la penitencia con una mentirosa cara de
yo no fui que nadie le creía. El peloteo matinal era el postre, la diversión
sin vanidad, el encuentro amistoso con el vecino de la otra cuadra, con el
hermano, con el compañero de escuela y hasta con el renguito Juan, a quien
Román dejaba jugar de a ratitos, para hacerlo sentir bien, que él también
podía.
Si era verano, a las cuatro se
reunían los hermanos mayores y algunos padres. Román abandonaba el silbato al
arbitrio de su hijo menor, bien aprendido en el tema de cobrar errores a los
pataduras y con una visión increíble de todo movimiento equivocado de los
jugadores. Ni el padre se salvaba del silbato, sonido que provocaba las sonoras
carcajadas del público y de los compañeros de esas tardes inolvidables de
canchita abierta donde resonaban silbidos o aplausos que unían al vecindario y
estimulaban el deporte como tal. Un juego entre personas trabajadoras que no
imaginaban la existencia de la televisión y menos la incursión vergonzosa del
gobierno de turno para entretener a sus cautivos con el pan y el circo que
hicieron famosos a los romanos en tiempos que creíamos muertos y enterrados los
sobrevivientes de este bipolar siglo veintiuno.
Aclaré varias veces mi edad
provecta y mi profesión eterna de educadora. Carezco en absoluto de
conocimientos políticos y no milito en la federación de contras que consiguen
poner cosquillas pasajeras a los que gobiernan países iluminados o emergentes.
Tengo una voz chiquita, oigo mal y camino con bastón. Lo único que no consiguen
deteriorarme los golpes de la vida y sus porrazos, es la mirada sobre la
sociedad que se vanagloria y con razón de los increíbles adelantos científicos
y logros sociales que tienden a modificar para bien nuestras existencias. Pero
hay algo que no alcanzo a entender: Cómo habiendo tantos políticos que gritan
desaforadamente su amor a la patria y se ofrecen como puentes de salvataje, en
el momento crucial de las decisiones olvidan que el amor incluye al
renunciamiento y terminan todos distanciados porque sobran caciques y ninguno
se resigna a ejercer de indio. Todos quieren ser Román. Por sus mentes no pasa
la idea de conservar la dignidad desde un papel secundario de aprendiz de
brujo.
Ningún cambio esencial nace desde
la velocidad improvisada. Y son la escuela, las familias y los docentes los que
pueden lograr el milagro si, cincel en mano, instalan valores, conceptos,
ideales dentro de esa masa encefálica todavía virgen.
El Congreso se toma vacaciones
demasiado largas, mientras sus muros sueñan con leyes de auténtica inclusión de
miles de jóvenes de ambos sexos que deambulan plazas y calles de una ciudad que
dejó de ser segura para todos. La juventud liberada y rebelada carece de
modelos: trabajar para mantenerse, vivir de acuerdo a sus ingresos y enterarse
que este país que es tan joven como ellos, tiene mil ofertas dignas a su
alcance. Si se modifica la óptica, la droga cae en el olvido. ¿O son tan
irracionales que aparecer muertos o golpeados en la puerta de boliches
asquerosos por gigantes contratados “para vigilar” es su única alternativa?
Sobre todos nosotros se cierne una sombra oscura: el miedo. Miedo a sincerarse
consigo mismos. Miedo a reconocer que no hay culpables ajenos. Miedo a no
alcanzar la fama o el poder que exhiben y usan la barra brava que golpean y
manejan dineros que avergonzarían a Román. Miedo a crecer. Miedo a respetar a
otro ciudadano porque es incapaz de respetarse a sí mismo. Terror de perder
bienes mal habidos. Jerarquías dudosas. Se trasladan orondos embarazados de
prepotencia, desprecio e inmunidad pisoteando la inteligencia del que creen
tonto.
Tal vez por eso, no miro partidos
de fútbol. Porque no es el de antes. Porque se ha transformado en un negocio
inmenso, con 22 millonarios con pantaloncito corto que hacen exudar adrenalina
a su público. Que si ganan, son héroes. Si llegan a perder, los abochorna el
insulto soez del que piensa que no vino a divertirse. Sacó la entrada para
vencer o morir, como en el circo.
Me entretengo con series
policiales de investigadores foráneos que descubren con la raíz de un cabello,
una uña, una huella digital, o un perfil psicológico al asesino real, al
culpable verdadero. No pisotean la escena del crimen, la preservan. No señalan
culpables hasta no reunir las pruebas que lo certifiquen. Nadie les sopla
dentro del oído permitir la incursión de sospechas sobre indefensos
“perejiles”, que hasta se declaran culpables con tal de que dejen de acosarlos.
Carmen Rosa Barrere. Nació en Posadas. Reside en Montecarlo, Misiones,
Argentina
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El ser humano es bueno cuando hace mejores a los demás.
Proverbio ruso
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Hay escritos muy interesantes aquí. Gracias por tu envío. Has logrado una buena seleccióon. Y me ha gustado mucho el diseño gráfico de esta entrega. Te felicito por tan esmerado esfuerzo.Abrazos grandes. Y estoy esperando tu regreso mientras me entretengo contemplando una cajita de alpaca que contiene muchos secretos.....
ResponderEliminarGracias por tu lectura, tus palabras, tus conceptos, querida Marta.
EliminarRealmente deseo cumplir mi ilusión de regresar. Algunos días mi alma está en ese país.
Un abrazo, mis mejores deseos
Analía
Muy buen cuento realidad, felicitaciones a Carmen y a Analia por publicarla.Jorge Rodriguez
ResponderEliminarGracias por tu lectura. Me reconforta saber que te ha gustado el cuento, también a mí.
EliminarSaludito cordial :-) que tengas buen día
Analía
querida tiki!!! tu sobrino nieto, Renè, el negrito, me emociona y llena de ternura cada uno de tus relatos. Con el amor de siempre
ResponderEliminarQué lindo mensaje, René. Gracias por tu lectura.
EliminarSaludos cordiales
Analía
hacele llegar mis saludos a la magica Carmen, para nosotros la entrañable tiki. Gracias analia por la contestacion!!
ResponderEliminarGracias René. Claro que sí, le hablaré a Carmen de vos y de tu cariño.
EliminarSaluditos cordiales, que tengas días alegres
Analía