sábado, 1 de septiembre de 2012

Carmen Amaralis Vega Olivencia

-Puerto Rico-

Leche y Maná

La madre se vistió de crisálida y le dio leche de sus senos. Pintó su cara con ternura de duendes saltarines. Usó el pincel más fino para trazar líneas con vuelos de gaviotas.
Abrió las ventanas de par en par, la luna dorada brilló sobre su cuna. La noche se hizo aliada de sus horas, arrullándola con brisa de palmeras y nanas para que no murieran las hadas de la imaginación. Creció adorando su pecho de bronce y plata, acomodando su cabeza entre los huecos de sus alas. Rellenó de sonrisas sus ojos cuajados de rocío y creció, pulgada a pulgada, sobre un suelo de algodón azucarado, que ahora le sirve para calmar el huracán de sorpresas que le va dando la vida.
Madre, se transfiguró y se fue. La niña llora esperando que baje de los cielos el maná dulce de los pechos de su ángel.
No hay sorpresas que no conozca, ni alegrías que no intente.


Plaza de Hiroshima

No esperaba llegar a este espacio tan enorme a la hora del silencio. Es la hora en que la tarde le toma la mano a la noche. Hay una leve penumbra que me permite oír claramente un extraño murmullo que se mete por cada poro de mi cuerpo. No debí salir tan tarde en busca de este espacio que siempre me ha atraído como cal para los huesos, como sal viva para los ojos, como agua para la sed de la vida. Es la hora en que todos se recogen a mirar las paredes del silencio y no se habla, ni se piensa, solamente se desea reposar con la mirada en el blanco de los recuerdos.
Cruzo la plaza en diagonal a pasos lentos. Agudizo los sentidos, deseo mirar cada pulgada del suelo, ese que un día fue alfombra de carne chamuscada. Deseo la clarividencia que se esconde en mi mente. Hoy la necesito más que nunca. El murmullo se hace más intenso y se cuela por mi boca, diluyéndose en mi sangre hirviendo.
Sí, sé que escucho gritos, lamentos. Los murmullos son cada vez más entendibles, cada vez más dolorosos. De momento comienzo a ver las caritas quemadas, los ojitos ardiendo. Las ropitas en hilachas de cenizas y sangre coagulada se pegan a mi piel.
Estoy segura que es en este lugar donde los apilaron y terminaron de matarlos para que no siguieran sufriendo por largo tiempo. La radiación les hizo mucho daño, no tenían salvación, esas reacciones en cadena seguirían pudriéndoles la piel tierna, las llagas cubrirían todos sus cuerpecitos supurantes en carne viva, en dolor vivo, en horror largo y lento.
No sé por qué necesitaba estar aquí, en este lugar de los infiernos, pedir perdón, llorar por cada uno de ellos. Llevo la culpa tatuada en mi alma vieja. Los alaridos se clavan en las entrañas como punzadas cortantes. Estoy aquí, al borde de la locura, al margen de la conciencia, llorando ríos, mares, sofocando con mis lágrimas el ardor de sus cuerpos, pero estoy segura que ni todas las lágrimas del universo podrán sellar esta laceración imperdonable. Mis brazos se alargan y extienden hasta el suelo y logro un abrazo horizontal.
Soy sábana tendida sobre la muerte.


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La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices.
Albert Einstein

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2 comentarios:

  1. Amaralis:
    ¡Qué gusto enorme encontrarte para poder leerte!La amistad en los foros literarios permite estas sorpresas que inundan de gozo el corazón,los que los frecuentamos, sabemos que en estos senderos virtuales en algún momento alguien querido de manera inesperada llegará a nosotros y nos regalará unas bellas palabras;hoy contigo sucedió precisamente eso.
    Gracias por este regalo.
    Martha

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    Respuestas
    1. Apreciada Martha:
      Me reconforta saber que has encontrado una amiga en este espacio literario.
      Un saludo cordial y mis deseos que estés muy bien
      Analía

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Analía Pascaner