sábado, 1 de septiembre de 2012

Nora Azul del Rosario Akimenco

-La Plata, Buenos Aires, Argentina-

Desilusión

Iba paseando por los negocios del centro comercial.
Como toda mujer coqueta, miraba ansiosa las prendas que exhibían las vidrieras.
Había una cantidad enorme de vestimentas de tendencia actual.
Por sus deseos se imaginaba cómo podía quedarle cada vestido, blusa, zapatos que más le llamaba la atención.
Su delirio repetía a grandes voces: lo lindo que iba a resaltar en su figura.
Presumía estar esbelta y provocativa, suponiendo las miradas de los hombres y la envidia de las damas.
De pronto, vio un hermoso traje ajustado que le vendría muy bien para una reunión exclusiva.
Se fue desafiante al local y pidió el sugestivo trajecito.
La vendedora se lo entregó y ella, convencida le sugirió probárselo.
La empleada, sin ningún recato le preguntó: “es para Ud.”, extrañada.
Ella afirmó con su cabeza. Irónicamente, la vendedora tomó la prenda y la midió en su silueta.
Amargada desapareció apresuradamente del lugar, gruñendo se dijo que ya era tiempo de iniciar la dieta…


¡Qué susto!

Estaba la dama mirándose al espejo más cansada que de costumbre. La luz del botiquín de su baño estaba arriba y por lo tanto iluminaba su rostro para abajo. De repente observó sorprendida que sus parpados caían y no dejaban ver sus ojos. Una explosión de arrugas y una especie de inflamación tapaban los contornos de sus amados ojos claros. Su mirada no tenía una presencia seductora, al contrario era una de una opacidad impresionable. Palpó concienzudamente las ventanas de sus órbitas, intentando recorrerlas para alisarlas, pero paradójicamente se inflamaban más y desaparecía el delineado almendrado hasta convertirse en unos ojitos achinados y sin pasión.
Insistiendo en recorrer sus facciones descubrió que sus labios estaban hundidos por la gravedad del peso de los años.
No correspondía a la imagen corporal que creía tener… Confundida creyó que la había picado algún insecto malicioso, o que tenía una erupción alérgica.
Se pellizcó y se hizo masajes con sus dedos intentando corregir esa figura, pero no dio el resultado esperado.
En un instante de horror, tomo conciencia de la edad que no perdona el paso del tiempo. La expresión de sus experiencias estaba marcada en surcos que parecían arrugas de vejez.
Del susto paralizante pasó en unos odiosos minutos, a ser una resignación.
Se acordó de la frase “los años no vienen solos”.
Era evidente que los pliegues de las travesuras dejaron sus huellas.

…………8/12/11

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El cuerpo humano no es más que apariencia, y esconde nuestra realidad.
Victor Hugo

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