-Córdoba, Argentina-
Sospecho
Sé que estás allí -lo sospecho-, por eso garabateo y escribo. Recuerdo tu contemplación tierna, tus sentidos vivaces y pícaros, tus manos divertidas e ingenuas, tus senos acariciando mi alma, tu vientre dócil y fresco, tu sexualidad húmeda, tus muslos danzarines y tu retozo contagioso. Tú…, toda tú. Sé que estás allí. Lo presiento en la caricia cercada del último galanteo del jovial sonriente, que percibió el beso oculto entre azaleas y madreselvas de recuerdos; o del bufón jocoso, sonriente y herido en el desalojo abrazo del proscrito, aún guarecido en goce y deleite infinito, y también en tu suspiro, anhelante y contagioso; en tu mutismo de memoria, en tus guiños risueños y en la tregua de tus caricias. Tú…, toda Tú. Sé que estás allí -lo presiento.
Perplejo
Una antigua tiniebla sojuzgada fenece en la más grácil estirpe, cuando mi perplejidad antigua crece. Se brinda, como una victoria, entre la soberbia realidad inexacta de tu artificial vuelo y el vacío de una ficción dócil, moldeada en secreto por quejosos astrólogos. Parsimoniosamente donada por indiferentes, te pierdes sin prejuicio alguno en la estría inflexible del espacio; embelesa entonces las siluetas del viaje con el vaho palpable de un falsificado vuelo, y cuando la brizna derrame su invocación, mi vacilación escurridiza indagará el piélago para finalmente descansar.
Sonrisa
He asistido al atrevimiento hechicero de tu sonrisa, perplejo tomé el plumaje del decoro, sin esperar alboradas o crepúsculos que interfieran. Me llevé a la memoria fresca tu serena expresión y la pureza de una indecisión culpable. Sumergí en perennidad, el destello delicado del recato, convencido, que la morada de la simpatía expira fantasiosa, si no es apresada. Te llevé al palacio de la sabiduría, porque será allí donde deslumbre el manantial de tu sonrisa, como ensayo tenue de una leyenda.
Torpeza
Huye el presagio, queda la sombra desnuda de un aerolito que abofetea el bronce y el mutismo, protesta en un océano seco. El sepulturero se engancha de las estrellas. Hay una perfección de bosques vírgenes y sepulcros vacíos, que esperan fragmentar la somnolencia de la usanza, en un pacto mezquino que solloza.
Tu piedad
Ah, mujer! Mujer que perduras, en el lujo eterno del consentir con el gesto puro de una piedad generosa, ¿no te cansas de tu inocencia? Tienes la magnificencia inigualable del perdón; del perdón que ofreces con tus palmas abiertas, y abrazas sin temor ni recelo al pecador, y avanzas decidida al juego absoluto del amor.
Segura, casi ciega, encendida de magia, comprendes que el amor se dilapida, o aclama o se incorpora exuberante, o se desecha por siempre. Pero no admitirá jamás que lo ignores; menos aún que lo desprecies, y lo sabes, porque lo vives. Así como vienes surgida del amor, cuando te acompañe esa vibración irresistible que ahoga y rejuvenece, verás en ella, cuando te habite, un esplendoroso albo asomando con el sigilo de una pasión despabilada, que pedirá tu amor, que protegido está en el capullo virginal que entregas inmaculada, sin importar la expiración del tiempo que regalas. ¡De nada vale ya, mujer, el temor a los años!, sitiado a veces en rutinas o tristezas; es sólo la cáscara la que caduca y desgasta en hojas secas, porque el alma es eternamente joven y lucha contra toda esa llaga perenne y abierta, que divide la vida en dos, y rueda sin cesar y cansancio. ¡Ah!, ¿será que la juventud se malgasta, apresurada, y justifica su premura sin considerar que habrá una madurez floreciendo lentamente con su belleza resignada? Guarda silencio, mujer, aunque le mientas al mercader de ilusiones… Él se asusta de tu grandeza, y escapa temeroso; tú, entras al reino de lo eterno, abriendo tu corazón generoso porque eres la única luz entre las sombras. ¡Ah, mujer! Mujer que perduras en el lujo eterno del consentir, con el gesto puro de una piedad generosa, ¿no te cansas de tu inocencia o tu piedad?
Ceguera
Cuidado con aquel audaz y procaz personaje que obcecado intuye el camino de su víctima, y teje sin premura una cuidadosa corteza artesanal, capturando una autonomía grácil, enfocada por sombras. Ese hábito enfermizo de posesión asfixia y apaga la vitalidad y la razón de su víctima, acompañando el avance fatídico del siniestro pérfido, deslizado en una calle de cortesía hipócrita, para dejar inseguridad, como el más terrible flagelo visible. Sólo la ceguera de un capricho puede negar una realidad y dejar indefenso el futuro. ¡Enciende entonces la inteligencia como el escudo correcto ante el abyecto rufián!, y no permitas que la vacilación aguijonee sin piedad tu camino de logros, postrados hoy, y sumidos en tribulaciones y amarguras. Debes saber que siempre habrá una luz fulgurante reservada con aliento y esperanza a un futuro renacido.
El lago
Texto de nube
Este texto de nube captura figuras de letras; una carilla, una historia, un vocablo, un recuerdo; cada evocación, una agitación; cada conmoción, una añoranza; cada tristeza, un olvido. Cierra tus ojos en el crepúsculo y desnuda tu piel; un ángelus mágico cautivará tus labios rubicundos y tibios, y el lienzo rociado de ansias caerá a tus pies, mientras cavilas, desguarnecida y despojada, sedienta, anhelante de pasiones perpetuas de momentos vividos. Hoy, todas ellas cobijadas, orgullosas en tus palmas, ennoblecidas ellas, al inmortal juego del tiempo… Tu bella promesa, henchida con diamantes de sueños despojados de sombras, sobrevive al hechizo del olvido en el sublime espacio de la memoria. Esta cartilla de noche ampara un desvelo para el cómplice creador de ilusiones, anhelante, descifrador de letras, vagabundo y poeta de quimeras. ¡Allí!, en ese sosegado lugar, con tu desafiante desnudez, braman secretas voces gregorianas, apabullando el espejo del lago, mutilado con una incisiva navaja, en el horizonte infinito, que cierra tus ojos en ese atardecer… para que sueñes…
Delator
En ceremonia crepuscular, oculto en el silencio del lobo, el delator deambula sin rumbo entre selvas de historias fingidas. Una vigilia cautelosa mantiene la pereza del secreto; un enigma maquillado sofoca su curiosidad oscura, lleva sus espaldas cargadas de sorpresas ebrias de misterio. El delator prepara su traición ante espejos de despedidas, y escapa invisible y desconfiado, huyendo de la luz. Como analfabeto eterno del futuro y peregrino del desarraigo: muerde su propio veneno… y muere.
Lo sé
Lo sé: hay una perfección en los bosques vírgenes, y también en los sepulcros vacíos que esperan. Entonces, ¡fuguen redes aladas y paraguas de oro! ¡Renuncien a los surcos y la fría arenisca impúdica del futuro, con bosques inciertos! Aún así, ¡dancen!, y fragmenten la somnolencia de la usanza en un pacto mezquino que solloce.
Río
El arroyuelo serpentea entre cantos de piedras gigantescas y asoleadas. Siempre acarrea un murmullo; le dicen susurro de arroyo; yo digo… melodía de arroyo. Son voces corales, no se cansan, no se cansan. Transita y transita, caminando en lechos grises; el arroyo besa las piedras, babosea cien, acaricia mil, hocica miles. Es un gran besador. Hay sílice, hay arena. Es un lecho seductor, es un río muy arisco, ¡muy arisco! Siempre se amilana y, atemorizado, escapa entre piedras soleadas y halagadas.
Del libro Sueños Calmos. Poesía en prosa. Colección Sur de Poesía, Ediciones de La iguana, 2012
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Debemos obrar, no para ir contra el destino, sino para ir delante de él.
Friedrich Hebbel
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sábado, 1 de septiembre de 2012
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Muy bonitos versos... Gracias por compartirlos en este sitio. ALi .-
ResponderEliminarGracias a vos, Ali, por tu lectura.
EliminarUn saludito cordial
Analía
Textos maravillosos...
ResponderEliminarGracias, Analìa por difundir tanta belleza.
Blanca Correa
Apreciada Blanca:
EliminarGracias a vos por tu lectura y tus conceptos.
Un saludito cordial, que estés muy bien
Analía