-Poeta residente en Santa Cruz, Argentina-
Madrigal de la nieve oscura
En la casa del minero muerto
su ropa huérfana tiene un silencio de maderas.
En los pliegues de una camisa,
la luz, en su porfía, desabriga
para siempre una llaga
de alma rota;
y desde su bufanda, de gris viejo,
cuelga una melancolía de lana
sin aliento.
(La ropa siempre es un desconsuelo en la casa
de un hombre que ya no llegará con sus pasos).
En una puerta, al fondo del silencio,
en donde los zapatos aún tienen su nieve,
y los abrigos del perchero
cobijan desamparos,
un recuerdo, como una palabra efímera,
despierta en una foto:
¡Una fiesta y corderos entre el fuego,
y árboles y mineros y tréboles
y diciembre, de algún año!
Nada más que eso. Nada más.
Y la inclemencia.
Sobre las ventanas de la intemperie nevada,
el viento bestial tiene el instinto del fuego
cuando va hacia su ceniza,
y poco a poco,
aquí y allá,
muere entre la noche y los techos,
como un blanco animal que abarca
el cielo.
En la casa, en una habitación trémula,
un pañuelo es un adiós en un bolsillo,
y una lámpara añeja bosteza
una oscuridad irremediable entre una cama
y el espeso maderal de los postigos.
La angustia del metal de un caño, como un deudo
de las cosas, deja oír en el silencio
la obstinación abismal
de una gota de agua
cayendo y
cayendo en la cocina;
agua que será de ahí en más una lágrima
insistente en el litoral de los sollozos.
Hasta que un día de cualquier tiempo,
alguien, en esa casa, nombrará
al hombre muerto,
y, desde entonces, incesante,
como un credo, el recuerdo habitará
la nostalgia para siempre.
En los pueblos de la cuenca, por los deshojados
pañuelos de los vientos,
llora la noche conmovida.
Nada más que eso. Nada más.
Y la tristeza.
Luz de la sequía
No hay un incendio más fuego
que este viento en el poniente,
por donde el alma lo mire
arde sin pausa la muerte.
En la sed del apenado
echa nido la sequía,
el zonda que es viento en llamas
quema la siesta del día.
Santiguado va hacia el viento
como la luz de noviembre,
ese terroso ancasteño
poblador del cielo agreste;
la lluvia es sólo recuerdo
del que ve el incendio siempre.
Por la luz del apenado
lleva su infierno la tierra,
de pie con la sed ardiendo
crepita un sueño que aterra.
Sitiada por la sequía
la lluvia espera sin sombras;
sólo el agua de los ojos
es lluvia de la memoria.
Ancasteño: habitante de El Ancasti, provincia de Catamarca, República Argentina.
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Obra de tal manera que el motivo, el principio que te lleva a obrar, puedas tú querer que sea ley universal.
Immanuel Kant
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jueves, 11 de febrero de 2010
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Muy bueno Aníbal, si no me equivoco comenté lo mucho que me había gustado tu obra en una ocasión anterior. Si es así lo reitero, excelente poesía.
ResponderEliminarLily Chavez
Liliana querida:
ResponderEliminarYa habías hablado de la poesía de Aníbal. Coincido con vos, para mí es un honor contar con sus poemas intensos.
Mi abrazo
Analía
En el Madrigal de la nieve oscura,hay un dolor entrañable que el poeta nos transmite, al hablar de la ropa"(la ropa siempre es un desconsuelo en la casa/de un hombre que ya no llegará con sus pasos)."También me impresíonó la siguiente frase"al fondo del silencio,/en donde los zapatos aún tienen su nieve". Y el llanto "En los pueblos de la cuenca, por los deshojados/pañuelos de los vientos".
ResponderEliminarTambién es muy logrado el segundo poema donde "arde sin pausa la muerte". Un gran poeta Irene Marks
Mi querida Irene:
ResponderEliminarMuchas gracias por tus conceptos acerca de la poesía de Aníbal.
Madrigal de la nieve oscura es especialmente sentido y profundo.
Mi abrazo y mis buenos deseos.
Analía