viernes, 29 de noviembre de 2013

Emilio Núñez Ferreiro

-Nació en Barcelona, España. Reside en San Antonio de Padua, Buenos Aires, Argentina-


Tu nombre

Sobre la ocre superficie de la arena, dibujo tu nombre. Quiero ordenarle a mi índice que intente escribir otro, pero en cuanto empieza a dibujar la "M", el intento es un imposible.
Estoy sentado frente al mar y las olas se ponen en punta de pie para leerlo. Con furia y celos, la marea acaba de borrarlo. Ahora, sobre la arena empapada, re-escribo tu nombre y el agua que aún persiste, mientras se va escurriendo por los contornos de tu gracia, adquiere dimensiones y abismos que no le conocía.
La obstinación de otra ola más resuelta, tilda de pronto, lo que yo no me animo a deshacer. Me incorporo, mientras me alejo de la orilla, me empecino en buscar otro pizarrón de arena. Dibujo otra "M" con caracteres góticos, la anulo. Intento con otra más redondeada y de grandes arabescos. Pienso en hacer una "D", me suelen salir muy lindas, pero no hay ni una en tu nombre; y quizá, inconscientemente, la descarto, pues no nos pertenece.
Tu nombre me sabe a arena borrada, aunque podría saber a hierba húmeda de aquella vez, pero insisto y garabateo otra "M" más simple, como las que trazaba antes de conocerte. Me debió gustar, pues mi dedo ha seguido con la "a" minúscula. Quisiera y no, detenerlo, pero prosigue con la "r", y lo hace con un rulito en el extremo izquierdo que seduce a mi desánimo y hace música de bolero. Ahora ya está en la "i" y el cariñoso diminutivo con el que te nombraba, acaba de completarse. Estoy a punto de dejarlo así, pero el dedo ya está terminando una "s" igualita a la que hacía en la primaria.         
  Las crestas de las olas se han subido a una escalera que no existe y avanzan en puntas de pie, obstinadas en borrar tu nombre. Me apresuro, le ordeno a mi índice para que complete tu apelativo con la "a" que le falta.
Ya siento que llegan a mi cara las primeras gotas de espuma. Son las que se adelantan al cataclismo salitroso que se acerca. A la postrera "a" sólo le falta la patita. Apenas acabarla, la ambición acuosa apresura su llegada; pero la valentía de un pequeño montículo de arena, se lo impide.
Los primeros estertores de espuma que sobrepasaron tu nombre, son ahora los últimos que retroceden en busca del mar al que pertenecen. Se escurren lentamente por los surcos que, en su loco avance, han trazado. Y tu nombre, Marisa mía, ha quedado insólitamente indemne.
Me alegro, no sé por qué, pero me alegro. Es una alegría efímera, pasajera. De pronto, quiero ser yo el artífice, el destructivo autor que lo suprima. Con la palma hacia abajo, me aboco a hacerlo, pero no puedo. Después de todo, ya se encargará este viento marino en tacharlo definitivamente. O acaso, lo logre otra ola que tenga más fuerzas.
Y ahora me voy a donde no haya arena, ni tizas, ni crayones, ni siquiera un solo lápiz. No los necesito, Tu nombre estará en mí para siempre. 


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Sostén como puedas un espíritu alegre; y nunca dudes que el destino ofrece un futuro grato por el dolor presente.
Charlotte Brontë
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