Atrapado en un segundo
Por fin el temblor de sus manos se calma. Con una de ellas sostiene el bolígrafo con el que pretende plasmar las impresiones más serias de su vida, tan falsas como el mensaje que transportan los neutrinos desde galaxias remotas que ya no existen.
La impresión de una guitarra española ofreciendo los acordes de un lugar descubierto en una foto o la de un cigarrillo que muere intacto porque nadie lo fumará; la impresión de una computadora enquistada en su pecho, bombeando unos y ceros de vidas imaginarias, creando el engaño de que es la sangre que irradia calor de brasas apagadas. Todas estas impresiones fascinantes le dibujan una sonrisa en la cara.
El temblor de sus manos se calma y los neutrinos lo atraviesan. Estira sus dedos para enredarse en ellos y dejarse arrastrar hacia galaxias remotas, engañándose de que hay un más allá compuesto por planetas atestados de gente valiente que le enseñe el secreto de la vida.
Pero los neutrinos lo atraviesan indiferentes y él, ingenuo, les sonríe esperanzado mientras sostiene en una mano el bolígrafo con el que pretende plasmar las impresiones más serias de su vida tan falsa como la vida en otros mundos tan falsos como la guitarra, los acordes y su corazón que bombea sangre de unos y ceros regalando la mentira de que todo es calor. Atravesado por neutrinos, acordes y sangre, sonríe a la nada transitando ese segundo fugaz que, como los eones, es un píxel en la eternidad.
A pesar de que nada sucede, él sonríe y no se cansa de hacerlo; ¿renueva la sonrisa? No.
Entonces, sí se cansa de hacerlo. No, para nada, porque nada se consume en un solo segundo; es más, se dice a sí mismo que las impresiones duran dos o tres años, antes de que comiencen a deteriorarse y deban ser renovadas… Pero ¿un segundo? Todas las cosas perecederas perviven más de un segundo, a excepción de algún elemento químico. Y en cuanto a las ilusiones… éstas duran diez minutos o un poco más.
Por eso él, que está atrapado en ese segundo eterno, no necesita relajar la sonrisa, ni si quiera necesita escribir, pues el suave bolígrafo, sostenido por una mano que ya no tiembla, nunca llega al papel.
Sonríe con la candidez de un niño. Está a un centímetro de acariciar la hoja, está a un segundo de descubrir la indiferencia de los neutrinos, a un segundo de darse cuenta de que nunca estuvo en España, a un segundo de saber que no hay otros mundos; no existen otras galaxias donde viven seres valientes que le enseñen los secretos de la vida. Está a un segundo de que la computadora se apague para dejar de bombear unos y ceros, a un segundo de enterarse de que el calor de su cuerpo y las impresiones serias que darán consejo y sentido a su vida… no son más que una estafa.
Está, a un segundo, de que la sonrisa… se borre de su cara.
Gastón Ernesto Ludueña
Nació en Buenos Aires. Reside en Miramar, Buenos Aires, Argentina
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