La muerte no es nada
La muerte no existe,
la gente sólo muere cuando la olvidan;
si puedes recordarme,
siempre estaré contigo.
Isabel Allende
-Gracias amiga. No sabía que estaba enfermo. Hay personas que eligen mantener la privacidad con esas cosas. Y está bien. Aunque forme parte de la vida. ¡Oh, cuánto lo siento!
Esperaré unos días para llamar a la hermana. De todos modos no es de atender el teléfono. Le dejaré un chat.
Lo siento por vos amiga, es tu pariente. Les mando un abrazo enorme a toda la familia a la que quiero tanto.
La meditación de hoy será por la Paz en su corazón que ya descansa.
Ella había respondido de esta manera. Estaba viviendo en otro país. Poco podía hacer. Nadie puede hacer nada ante una noticia de esta índole. Tal vez, mejor el silencio. Pero para los que están un tanto dormidos, es difícil de entender. “Muévete en silencio, el mundo sabrá de ti cuando digas JAQUE MATE”; había leído una vez.
Esos lazos de la infancia, si echaron raíces, florecen en el tiempo y son como flores perennes. Esos lazos de la infancia, se forjaron siendo niños y continúan en la adultez.
Aunque muramos, una parte nuestra seguirá viviendo en los recuerdos de quienes nos quisieron y en los de aquellos a los que afectamos de algún modo a lo largo de la vida.
No podía entender por qué recordaba a los muertos en situaciones divertidas. Cuando en su mente aparecía la imagen de algunos de esos seres, en su rostro se dibujaba una sonrisa.
Y esta no fue la excepción.
Transcurría 1976. En la secundaria se celebraba una vez por año una especie de juego olímpico, en el que la escuela presentaba la selección de cada disciplina deportiva. Y así se competía con los pueblos vecinos. ¡Era todo un acontecimiento!
Ella no calificaba para ninguna competencia física, pero claro, sí, mental. Ajedrez.
Día y noche practicaba y practicaba. Recortaba de una columna del diario las jugadas magistrales de los grandes ajedrecistas como el Islandés Bobby Fischer, en donde venía el diagrama de la movida que pondría en jaque al Rey.
Una noche la amiga la invitó a dormir a su casa. Su hermano, el que ahora está en otro plano, y que debe estar leyendo esto con una sonrisa dibujada en su rostro, la desafió con una partida.
Se ubicaron en uno de los dormitorios de esa casa tan grande. La mesita de luz corrida en el medio de las dos camitas que hicieron las veces de sillas. Un velador apenas iluminaba con reflejos amarillentos.
¡Qué situación divertida! Él tenía un acné repulsivo. Y entre movida y movida de pieza, se estiraba la piel de la nariz y le salía hacia afuera uno o más granos, a los que llamábamos “barritos”. ¡Qué asqueroso! ¿Dónde los habría pegado? ¡Por Dios!
Esa manera tan peculiar de concentración no le sirvió para ganar, fue derrotado, y no una vez, sino dos, porque el muy orgulloso pidió la revancha. Fue una muerte…
* * *
La muerte no es nada
San Agustín
La muerte no es nada. Yo sólo me he ido a la habitación de al lado. Yo soy yo, tú eres tú. Lo que éramos el uno para el otro, lo seguimos siendo.
Llámame por el nombre que me has llamado siempre, háblame como siempre lo has hecho. No lo hagas con un tono diferente, de manera solemne o triste. Sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos. Que se pronuncie mi nombre en casa como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido.
El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vista?
Te espero… No estoy lejos, justo del otro lado del camino… Ves, todo va bien.
Volverás a encontrar mi corazón.
Volverás a encontrar mi ternura acentuada. Enjuaga tus lágrimas y no llores si me amas.
Este escrito forma parte de la colección Laberinto, de próximo lanzamiento
Annabella Rinaldi
Neuquén Capital, Patagonia, Argentina
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