Aquel lazo azul
Caminar era una de las cosas que más nos gustaba. Cuando podíamos hacerlo a la orilla del mar, el placer era inefable. Nuestros pies se hundían en la arena dejando claras huellas del placer compartido.
El silencio nos pertenecía, pero no nos separaba. Obraba como mágico puente entre su mente y la mía. Ambos presentíamos o mejor dicho sabíamos lo que el otro pensaba. Por eso las palabras no eran necesarias. Cuando el cansancio se adueñaba de nosotros, nos tendíamos sobre la arena y con los ojos cerrados, dábamos rienda suelta a nuestro mundo interior.
Ese día, así tendidos en la arena bajo los primeros rayos del ocaso, apreté su mano e incorporándome dije:
--Quiero nadar un rato. Ella esbozó una aletargada sonrisa en señal de aceptación.
Me introduje en el mar. Mecido por las olas que hendían mis brazadas, sentía que mi cuerpo no me pertenecía. El sabor acre del agua se instalaba en mis labios. Mis brazos y piernas adormecidos se deslizaban por un fantasmagórico túnel hacia las profundidades. Me rodeaban bellos seres de brillantes colores que, ante mi intromisión, no escapaban, permanecían allí a mi lado, acompañándome, observándome con curiosa insistencia. Exóticas plantas subacuáticas se movían rítmicamente al compás que el agua les marcaba. La levedad de mi ser posibilitaba que yo, como las plantas, fuera trasladado beatíficamente por ese mundo extraño, desconocido e insólito.
La vi allí de improviso, asomando entre una enorme proliferación de algas, tratando de esconderse… para, en pocos segundos aparecer a mi lado rozándome con su larga cabellera roja y extendiéndome los brazos con la intención de asirme en un abrazo. Me dejé tomar… Un
intenso deseo me incitaba a tenerla. Entonces la tomé por la cintura. Su ondulada cola se enredaba entre mis piernas entorpeciendo nuestra inusual coreografía.
¿Cuánto tiempo permanecimos unidos describiendo insospechadas figuras de una inverosímil danza? Lo ignoro. Sólo sé que de improviso un furioso trompo ascendente me arrastraba y ella se desprendió de mis brazos. Al querer retenerla, una de mis manos le arrebató el lazo azul con el que sostenía su abultada cabellera.
La vi desaparecer en las profundidades mientras yo subía… subía… Una profunda bocanada de aire me sobresaltó, me llenó los pulmones. Sentí nuevamente mis piernas y brazos moviéndome rítmicamente en un nado acompasado. Miré hacia un costado y el sol se incendiaba poniéndose en el horizonte. Al frente estaba la costa.
Intensifiqué el braceo. Mi mujer estaba allí, de pie en la orilla, esperándome.
Al caminar hacia ella, me sorprendió su pregunta:
--¿La sirena pelirroja te entregó mi lazo azul?
Extendí mi mano, entre mis dedos tenía aún la prueba irrefutable de mi dudosa deslealtad.
Cuento del libro Noches insomnes, de Versiones y reversiones. R y C Editora, Banfield, 2023
Dora Zulema Lorusso
Lanús, Buenos Aires, Argentina
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