Llueve despacio.
Por el vidrio de la estrecha ventana
de este autobús hacia ninguna parte,
resbala la lluvia.
Solo veo el agua asomándose a mi interior,
gotas curiosas
queriendo explorar mis pensamientos,
tan heridos como la hondura
que permite su sollozo en el cristal.
No quiero ver más allá de la bruma
que se mueve fuera del autobús.
Este pequeño mundo
se hace grande de parada en parada
cuando renueva otras vidas,
otros sueños y otros cansancios.
La luz engañosa de un semáforo
anuncia un desvaído verdor tornasolado,
como si recogiera todo el sentimiento
dejado por tantos pasajeros sin rumbo.
Da igual esta lluvia protectora,
quizá sirva para limpiar oscuridades
que viajan de incógnito
bajo el aliento que cubre una bufanda
o detrás de los lentes
mientras se ahúma lo gris de su sopor.
Bajaré en el próximo silencio
a encontrarme con la calle desunida
que ni siquiera llega hasta mi casa.
Necesito salir de esta agonía
de verme rodeada de verdades
escondidas dentro de este autobús,
que parece rodar hacia lo incierto
antes de volverse a su principio.
Gira, gira, girasol
Sombra de girasol
de puntas hiriendo las distancias,
amarilla de hambre y soledad
en ese resquemor de un suelo estéril
en que se fue a enterrar esa semilla
que perdió un gorrión enamorado.
Te regó el rocío de la aurora,
ese sin nombre que riega lo que encuentra
para que no te ilusiones con su llanto,
que no era en exclusiva para ti.
Pero tú aprovechaste cada gota,
la bebiste con el ansia del deseo
peleando al colibrí su néctar.
Y te levantas erguido
girando con el sol sin un lamento
a pesar del dolor de tu cintura
doblada en los ocasos,
como si el final del día te dañara.
Y cuando ya cargado de semillas
no soportes el peso de tus hijos,
los lanzarás sin miedo a la distancia
para que busquen su lugar en otras tierras,
y que pueda por siempre germinar
la pureza amarilla de tu sangre.
17 de septiembre 2022
Esta lluvia
que cae sin piedad sobre el tejado
para agredir las flores de mi patio,
y azotar las aceras y fachadas
como si nunca hubiera llovido de este cielo
que la parió una tarde con su rabia.
Tiene la furia que guardó en su nube
vestida de relámpagos opacos
como centellas perdidas en su negrura,
naufragadas en lágrimas sin alma
que acallaron las voces de los truenos.
Tengo miedo de este caer sin freno
sobre una calle convertida en río,
sobre un río convertido en un torrente
que mancilla con barro
el azul de ese mar que se protege
y lo frena con fuerza en la escollera.
Qué lucha desigual,
el agua contra el agua,
la tierra contra el cielo,
las olas abrazadas al relámpago,
la arena sometida a las centellas.
Esta tarde me siento sumergida
en una oscuridad sin penitencia,
donde no existe el norte y su lucero
y el sur quedó perdido
en este sin razón de un horizonte
que no tiene principio ni final.
Poemas del libro de la autora: Yo soy de tierra. Ed. Letra Maya 2023
María José Calatayud Ponce de León
Costa Rica
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