Otra vez pensé en Raquel. Caminábamos de la mano por la calle peatonal de su ciudad, hoy lejana para mí. Era invierno y de madrugada, íbamos como suspendidos en el aire. La noche estaba estrellada y limpia, por momentos parecía que el cielo se derrumbaba y las estrellas estaban ahí nomás, como al alcance de una mano extendida.
Estábamos solos en la calle o al menos sentíamos que éramos los únicos seres presentes en ese momento tan único y tan frágil a la vez. Una pareja que buscaba una casa, una cama para resguardarse de un frío polar.
Y ahí aparecieron las preguntas sin respuesta sencilla. ¿Qué hacía allí lejos de mi pueblo con ella? ¿Qué era aquello tan fuerte que nos unía? ¿Era el amor o la devastación de la vida antigua la que nos dejaba unidos en esa intemperie regada de estrellas?
Pensé en la intemperie como algo primitivo: una pareja se refugia de temores y amenazas bien reales. Buscar una caverna, encender el fuego, abrazarse, cubrirse con unas pieles. El mundo era ese ínfimo presente, la idea de la presencia del pasado en sus vidas no tenía sentido. El futuro por definición no existía. Solo ese presente.
Después llegaron trabajosamente los descubrimientos. Los seres que viven su realidad en un escenario interno que llevan consigo, en una neurosis que los protege y limita a la vez, su propia caverna y el rugido de sus ancestros dinosaurios por si no alcanzara con los miedos reales de la jungla social.
En eso estaba, bien perdido en pensamientos sin solución, cuando llegamos a la casa. Y antes o después del cariño físico, Raquel me trajo las pantuflas de su ex marido para que no se enfriaran mis pies en el camino al baño.
Texto tomado de Inventiva Social, revista literaria digital dirigida por el autor
Eduardo Coiro
Temperley, Buenos Aires, Argentina
un relato con un final impensado, agradable, distinto
ResponderEliminarAgradezco tu lectura, Mimí.
EliminarMuchos cariños