viernes, 16 de septiembre de 2022

Aurea López Quiles


El reloj que confesó que necesitaba 
en la puerta de Flores de Kiskeya, 
mientras llenaba su pipa, 
yo un cigarrillo, después de comer, 
no lo vendían en Pedernales. 
Uno similar de brillo dorado 
fue lo que encontramos. 
Se lo llevó a su casa. 
No quería perderlo no le fuera arrebatado. 
Miraría la hora 
de marchar a uno u otro trabajo. 
Hubiera preferido uno sumergible de mejor marca 
como el antiguo que se le oxidó 
con tanta humedad caribeña, 
para saber la hora de otros días de tristeza 
por el incierto futuro que acecha. 


       * * * 

En la camilla con una sábana 
que no se cambió en días 
venían con sus mejores ropas 
a la consulta del médico.
Limpieza hermosa 
la de ellos y sus únicos tesoros 
cogidos en los brazos. 
Por un constipado, 
por unas medicinas recetadas 
por los médicos del hospital. 
A veces por medicamentos imposibles, 
inexistentes, caducados, 
por un sobre que les curara la diarrea
del agua no potable. 
Y sin ser médicos, voluntariamente, 
hacíamos de enfermeros, doctores, 
de lo que fuera necesario. 

Todo fue antes del COVID-19. 
Ahora van a los hechiceros haitianos 
para que les curen 
con la magia del vudú. 


       * * * 

No exportan, no viven del turismo 
como hace la República Dominicana. 
Sometidos por el imperialismo 
de uno o de otro continente, 
por sus vecinos, 
la corrupción los ahoga,
les destroza la vida. 
Sin parar de luchar. 
No llegan a viejos. 
Las ayudas desaparecen 
en las maletas 
de los mandatarios. 
Les roban, los prostituyen, 
los engañan, los matan a golpes. 
Los utiliza la rapiña inhumana 
en sus orgías de poder y abuso. 
Inertes como los diamantes que lucen,
incrustados en el oro de un anillo o brazalete, 
los gobernantes perversos 
se preparan a vender lo que les paguen. 
Piedras junto a las piedras. 


Poemas del libro de la autora: Entre Dominica y Haití 
Áurea López Quiles
Alicante, España

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