Debido a la pandemia mundial del COVID-19, las autoridades competentes han decretado la obligatoriedad del uso de mascarillas en lugares públicos.
Hay muchas clases de mascarillas. Las quirúrgicas, por ejemplo, que evitan que nuestros fluidos se transmitan a terceras personas. O las filtrantes, como la FFP2, que nos protegen frente a la inhalación de contaminantes externos. Las hay también con válvula exhalatoria. Cada una tiene sus características y su función. Pero todas tienen un denominador común: Nos subrayan la mirada.
Hay miradas de pánico, otras sólo asustadas, también indiferentes, y no faltan las distraídas, las amargadas, las malignas, las esperanzadas, las felices, las enamoradas, las que te imploran una ayuda, las que te penetran la pupila para descubrirte tus secretos y las que se te clavan en el corazón para pedirte que las comprendas.
Hay miradas de cejas pobladas y cejijuntas, y las perfectamente dibujadas, las peinadas y las rebeldes, las rectas, las arqueadas, y las que hacen una suave y larga ondulación que acaba en un filo como el declinar de un suspiro.
También hay miradas de pestañas largas, densas, sedosas y perfectamente alineadas. Y de pestañas finas que apenas se transparentan.
Y las de los ojos glaucos como el mar, y la de los azules como el cielo, y las de los negros profundos como una noche misteriosa.
Yo no veo las miradas. Me las imagino. Es lo único a lo que puede aspirar un ciego.
José Luis Cubillo
Madrid, España
Tann claro y real tu texto, José Luis Cubillos! Es así como vamos por la vida, con un tapa cara, dejando al descubierto solamente las miradas, los ojos, las cejas, y a veces o tantas, notamos sonrisa o lágrima al observarlos o al cruzarse con los nuestros. Me encantó. Muy buen tema con absoluta observación. Gracias por compartir tanto a tí como a Anita. Los saludo con cariño a los dos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus atentas apreciaciones, Ana Lía.
ResponderEliminarCariños
Analía