Exilios
En el fluir de las tardes sucedían las cosas. Cuando el
tiempo se hacía cargo de aquellos crepúsculos que más llamaban a la imaginación
que a los juegos.
Quiero ser más enfático a fuer de sincero que busca la
entera claridad. El tiempo como corporización sucedánea de aquello que daba, que nos
salía al paso cuando el fuego del tiempo apagaba esas luces.
En los paisajes que uno perdió para siempre, esos
paisajes que la realidad modifica, es decir, aquello tan perfecto y bucólico
que sólo existe en nuestra imaginación imbatible. Será necesario entonces
pensar en ese verde frescor de la alfalfa, con sus numerosas florcitas blancas,
que una nube de mariposas amarillas o anaranjadas cubría como un manto unánime,
hoy que llueve en esta “ciudad de pobres corazones” y de exilios.
Llueve de a ratos con desgano, con indiferencia y casi
con burla y a veces es un chaparrón que se atropella en las alcantarillas y no
espera el desagüe sino que es un fluir tumultuoso que cubre de vereda a vereda,
mientras los autos conducidos por gente malhumorada irrumpen y llenan de bocinazos
el aire que se impregna y se mezcla con el olor de la nafta, el aceite y
también, porqué no, de los olores humanos.
Estamos, a qué negarlo, sumidos en la impiadosa
existencia que muchas personas acaban sin saber siquiera si fueron felices o
jugaron con fichas que no eran correctas, es decir, las propias, sin saber que
ese camino no era el suyo, sino un destino que le habían asignado otros y no un
dios oscuro y deforme sin que ellos lo sospecharan.
Probablemente la única libertad de la que podemos jactarnos
es aquella que intentamos en la infancia, cuando cruzábamos los campos y los
únicos obstáculos eran aquellos cardos que detenían el paso lento por los
potreros plagados de chimangos. Potreros donde de vez en cuando el silbido
sorpresivo de una perdiz cortaba la tarde como un látigo rasante sobre la bosta
de las vacas que echadas con absoluta indolencia nos miraban con sus ojos
dormidos.
Caminábamos libremente, adueñándonos del aire, del sol
que estaba muy alto y de aquella nube que flotaba como un cuerpo muy
caprichoso, como de algún modo era el estilo natural usado por todos nosotros
en aquellos tiempos que los años borraron.
Publicado en
Rosario12. Enero de 2017
Jorge Isaías
Rosario, Santa Fe, Argentina
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