domingo, 21 de mayo de 2017

Jorge Isaías

Exilios

En el fluir de las tardes sucedían las cosas. Cuando el tiempo se hacía cargo de aquellos crepúsculos que más llamaban a la imaginación que a los juegos.
Quiero ser más enfático a fuer de sincero que busca la entera claridad. El tiempo como corporización sucedánea de aquello que daba, que nos salía al paso cuando el fuego del tiempo apagaba esas luces.
En los paisajes que uno perdió para siempre, esos paisajes que la realidad modifica, es decir, aquello tan perfecto y bucólico que sólo existe en nuestra imaginación imbatible. Será necesario entonces pensar en ese verde frescor de la alfalfa, con sus numerosas florcitas blancas, que una nube de mariposas amarillas o anaranjadas cubría como un manto unánime, hoy que llueve en esta “ciudad de pobres corazones” y de exilios.
Llueve de a ratos con desgano, con indiferencia y casi con burla y a veces es un chaparrón que se atropella en las alcantarillas y no espera el desagüe sino que es un fluir tumultuoso que cubre de vereda a vereda, mientras los autos conducidos por gente malhumorada irrumpen y llenan de bocinazos el aire que se impregna y se mezcla con el olor de la nafta, el aceite y también, porqué no, de los olores humanos.
Estamos, a qué negarlo, sumidos en la impiadosa existencia que muchas personas acaban sin saber siquiera si fueron felices o jugaron con fichas que no eran correctas, es decir, las propias, sin saber que ese camino no era el suyo, sino un destino que le habían asignado otros y no un dios oscuro y deforme sin que ellos lo sospecharan.
Probablemente la única libertad de la que podemos jactarnos es aquella que intentamos en la infancia, cuando cruzábamos los campos y los únicos obstáculos eran aquellos cardos que detenían el paso lento por los potreros plagados de chimangos. Potreros donde de vez en cuando el silbido sorpresivo de una perdiz cortaba la tarde como un látigo rasante sobre la bosta de las vacas que echadas con absoluta indolencia nos miraban con sus ojos dormidos.
Caminábamos libremente, adueñándonos del aire, del sol que estaba muy alto y de aquella nube que flotaba como un cuerpo muy caprichoso, como de algún modo era el estilo natural usado por todos nosotros en aquellos tiempos que los años borraron.


Publicado en Rosario12. Enero de 2017
Jorge Isaías
Rosario, Santa Fe, Argentina

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