El loco soñaba intranquilo. Se despertó
sudando en la cumbre de su excitación. Aún confuso por la transición a la
vigilia, el latido de su corazón paulatinamente empezó a normalizarse. Observó
su habitación en penumbra, encendió el noticiario y recordó por completo su
impresión general del mundo; de inmediato trató de dormirse para regresar
urgente al refugio de sus pesadillas.
* * *
Estaba tan a gusto que estiraba el
momento hasta los límites con lo imposible. Era domingo y sabía que los lunes
empezaba su rutina escabrosa, como si estuviera leyendo una novela y el lunes
fuera el capítulo al que no quería pasar.
Quiso llenarle el vaso pero ella lo
rechazó con la palma, dulcemente. Llegó desde otra mesa un perfume penetrante,
se miraron en silencio y, por un instante, se sintieron ajenos.
* * *
El mendigo era fuerte y delicado
(curtido por lo peor del mundo, si le hubieran permitido vivir habría sido muy
sensible, muy humano). En el hartazgo de los desengaños, en una conexión
intensa con el hambre y con el frío (su humillación era ser; su inevitable
suplicio); aguardaba.
No insistía en su calvario por
ingenuidad. Paradójicamente, cada uno de sus días era un tributo valiente hacia
la vida, un homenaje secreto a la dignidad que con desprecio le habían quitado
desde siempre.
Oyendo un íntimo quejido (las vísceras
como expuestas), sosteniendo muy firme un amor invencible, lo logró. Siguió su
lucha constante hasta el último de sus alientos.
Damián Andreñuk
La Plata,
Buenos Aires, Argentina
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