viernes, 7 de noviembre de 2008

Carina Ruggiero

-Eldorado, provincia de Misiones, Argentina-

Alegato


¿Yo ladrón? ¡No, honorables jueces! Permítanme explicarles:
Al abandonar el vientre de mi madre estuve disconforme con el abrupto desalojo y manifesté el primer desconsuelo con un llanto que duró tres días seguidos. Desde entonces sólo existí para expresar sentimientos.
En la infancia conocí a las palabras e incesantemente declamaba poemas a gritos, silenciosas plegarias mentales y canciones que yo mismo componía en estado de melancolía.
Luego descubrí a las letras pero ellas empeoraron la situación.
Se reproducían como mosquitos por todo mi cuerpo.
Se gestaban en el núcleo de mis células y sus embriones crecían sobre el pecho clavándome una y otra vez sus aguijones en el alma.
Muchos años luché por sostener la autonomía respecto de sus caprichos ya que no me dejaban en paz dictándome cuentos, historias y frases como si fuese un médium forzado a escucharlas.
Incluso en las horas de sueño insistían en fastidiarme aglomerándose en la garganta, anudándose en mi estómago y empañando la escasa lucidez que me quedaba. Hasta que desperté una vez a media noche y saturado de aquel desorden encerrado de vocablos decidí liberarlos.
Tomé un lápiz y con ambas manos traspasé sus mensajes sobre servilletas de papel, hojas de calendarios, papelitos de caramelos… y ya no pude dejar de escribir.
De ese modo me convertí en su cómplice. En un cleptómano desvergonzado incapaz de despreciar los tesoros que traen para mí.
¿Cómo podría rechazar el placer de acariciar con mi pluma la pasión de los enamorados, el aroma que exhalan los jazmines, los matices del otoño y el hambre de los pobres?
Las palabras entrenaron mis sentidos. Conspiraron entre sí para adiestrarme en la apropiación ilegal de sentimientos ajenos, convirtiéndome en un sobresaliente usurpador de sensaciones.
He recogido impresiones del mundo entero sin moverme de casa y no niego culpabilidad en el delito de gozar de los misterios del viento, las rocas y los ríos.
Asumo la expropiación del esfuerzo del labriego, de la inocencia de los niños y del cansancio dichoso de los amantes.
Reconozco haberme convertido en una sanguijuela insaciable. En un mosquito que succiona impunemente la esencia de las cosas hasta adueñarse de su alma.
Pero no puedo evitarlo… simplemente la magia fluye y mis dedos danzan sobre el papel al compás de las letras.
¿Yo ladrón? ¡No, honorables jueces! Sencillamente ESCRITOR.

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¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es el misterio!
El único misterio es que exista quien piense en el misterio.
Fernando Pessoa

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