La carta de Vittorio
La pava pitando en la cocina, repasador en mano
para asir la caliente manija de aluminio.
Toma el mate, da un gran suspiro echando una ojeada
a los viejos azulejos amarillos de la cocina, guiña su ojo derecho. Ya no
recuerda desde cuando tiene ese tic.
Camina pausadamente hacia la galería. Vittorio se
siente viejo con sus 63 años, sus pelos lo abandonaron desde hace ya mucho
tiempo. Su estatura disminuyó regalándole una pequeña joroba, guiña
insistentemente el ojo y se sienta. Permite que la brisa del atardecer acaricie
su cara.
Piensa en voz alta y expresa:- ¡Cinco
años de democracia! Su voz se estrecha contra los muros de los
edificios que rodean su patio. Tiempo atrás, al sentarse en esta misma galería
a tomar mates solía contemplar el cielo, los rayos del sol, dibujar a las nubes.
Ahora sólo sobreviven unas pocas plantas, las más valientes y dignas se
sometieron a la “eutanasia vegetal”.
Vittorio siente una fuerte presión en su pecho, no
puede reconocer si es angustia o el comienzo de un ataque cardiaco. Necesita
aire, inhala, exhala, inhala, exhala, asustado trata de apoyarse contra la
pared, detrás de Él muros y más muros. En su desesperación arroja la pava aún
caliente mientras entra a su casa. No prende ninguna luz, va a su habitación,
se acuesta sin desvestirse e intenta calmarse.
Casi cuando la oscuridad total lo invadía un
pensamiento repentino, fuerte, luminosamente blanco, hizo que se incorporase de
un salto. ¡La carta! ¡La carta! ¿Dónde está la carta?
Ahora Vittorio está de pie al lado de su cama, mira
en todas direcciones, aun sin prender la luz, su cabeza da vueltas y con ellas
una sucesión de imágenes confusas le provocan un gran estupor. Se ve más joven,
con calva incipiente, pero con cabello, viste uniforme de fajina verde y se
siente atraído por el agua, podría jurar que lo que ve es un embudo, pero no le
encuentra demasiado sentido.
¡La carta! ¿Quién la tiene? ¿Dónde la he dejado? ¡Me han
robado carajo! Calla, la respiración se
normaliza, intenta no pensar en nada para que los recuerdos acudan nuevamente a
Él.
Norma, mi Bella Norma. ¡Me he olvidado de ti! ¿Cómo
pudo pasarme? Normaaaaaaaa!!!!
Vittorio llora de rodillas, apoyado en su cama de
dos plazas. Más recuerdos vienen a Él. Personas dormidas o casi dormidas,
algunas balbucean y lo miran a los ojos, el embudo las traga, así sin más; es
como si tirase la cadena del inodoro. Ve el camino de regreso por la Ruta 20.
Sabe desde hace tiempo que debería visitar al doctor, pero teme que el
diagnóstico que intuye sea correcto: “El alemán viene por mí.”
Crece en su interior la convicción de que la carta
explicaría muchas cosas, sin embargo teme lo peor. Sabe que es algo por lo cual
Norma lo ha abandonado, dejando sólo su imagen en un viejo portarretratos.
A unos 12.000 km de distancia, en el “Viejo
Continente”, Norma relee una vez más aquella carta, buscando en la caligrafía
desesperada y desprolija al hombre con el que se casó. No puede más que sentir
horror y culpa, trata de mitigar el dolor creyéndolo loco, pero un loco
demasiado cuerdo, que es capaz de escribir los nombres de aquellas personas que
se encargó de desaparecer, y siempre en el mismo lugar, ¡Oh Dios, pero si hemos
pasado muchas veces por allí! ¡Hasta nos hemos detenido a comprar salames!
Es un nuevo día de los 365 que tiene ese año,
Vittorio se levanta aun con la ropa puesta, pone la pava en la cocina, mira los
viejos y sucios azulejos amarillos mientras se rasca el trasero. Si bien el sol
aún no se siente, se dirige a la galería, contempla lo que tiempo atrás fue un
hermoso jardín lleno de plantas, mientras toma el primer mate de la mañana se
pregunta: ¿Quién soy Yo y qué serán
estos muros de piedra?
Paola Salaberry
Córdoba, Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por pasar por aquí.
Deseo hayas disfrutado de los textos y autores que he seleccionado para esta revista literaria digital.
Recibe mis cordiales saludos y mis mejores deseos.
Analía Pascaner