El arte de envejecer es el arte de
conservar alguna esperanza.
André Maurois
André Maurois
El viejo Anselmo
La fastuosa casa tenía la luz encendida en todos los ambientes. Al lado del gran ventanal, estaba sentado un anciano de mirada distraída. A sus espaldas, una mujer lo observaba con detenimiento, preguntándose cuántos años tendría.
-
Ochenta o tal vez, algunos más… Tiene la cabeza cana y las manos ligeramente
temblorosas aunque, todavía, conserva el porte erguido - pensó dubitativa.
De
improviso, el hombre se dio vuelta y dijo, como si le hubiera leído el
pensamiento:
-
Todavía no soy tan viejo como supone, Leticia…
Sorprendida,
la doméstica, se apresuró a pasar la franela por el estante de la biblioteca,
fingiendo una indiferencia que no sentía.
-
Disculpe señor Anselmo, no quise fastidiarlo. Me acerqué porque me
preocupa su salud.
- Su
presencia no me molesta en absoluto. Al contrario, me da la oportunidad de
conversar con alguien porque hoy la casa, ha quedado vacía de sonidos. Mi hija,
no volverá hasta mañana y mi único nieto, estará con su novia todo el fin de
semana. Le comento estas cosas porque hace pocos días que trabaja aquí y,
todavía, no conoce bien las costumbres - agregó él, con voz pausada.
-
Pobre viejo, solo y deprimido, no va a durar demasiado tiempo - rumió para sí
la fámula, mientras que, con un dejo de lástima, le preguntó:
- Le
sirvo una sopita señor Anselmo, así podrá acostarse temprano?
-
Otra cosa que deberá aprender Leticia es que, cuando el gato no está, los
ratones bailan… Por favor, prepare café y coñac porque esta noche, mi
amiga Dorotea, vendrá como siempre cuando me quedo solo. A pesar de sus
años es una linda mujer, un verdadero “boccato di cardinale”!
Del libro de la autora: La curandera de Ibicuy. Creadores Argentinos, Buenos Aires, 2009
Viviana Walczak
La Lucila, Buenos Aires, Argentina