domingo, 12 de diciembre de 2010

Evaristo José Rodríguez

-Buenos Aires, Argentina-

Cambios de escenario


La mañana era hermosa y prometedora. Esperaba que no se repitieran los problemas de los días anteriores, que lo tenían tan preocupado que por la noche ya casi no podía conciliar el sueño. Después de desayunar se dispuso a salir hacia su trabajo. Entró en la cochera, subió a su auto y apretó el botón del noveno piso. Después de unos instantes se abrió la puerta corrediza y salió del ascensor. Comenzó a caminar por la arena hacia el mar, por lo que pensó que sería mejor sacarse los zapatos y la ropa y dejar su portafolios en la playa. Se sumergió en las aguas con cierto temor y cuando una enorme ola lo tapó por completo trató de salir de inmediato a la superficie. Cuando asomó la cabeza y pudo hacer pie, extendió su mano y tomó el jabón de la mesada. Comenzó a enjabonarse empezando por los brazos y siguiendo por el pecho, las piernas y finalmente la cara. Fue entonces cuando se le metió jabón en los ojos, por lo que levantando la cabeza dejó que el agua de la ducha la enjuagara. Al despegar lentamente sus párpados se encontró en la calle Florida rodeado de turistas extranjeros. No fue más que caminar media cuadra cuando un agente de la Policía Federal lo detuvo por pasearse desnudo y lo trasladó a un patrullero. Sin embargo antes de subir decidió salir corriendo, y al llegar a la avenida Córdoba dobló hasta el bar de la mitad de cuadra. Entró, siempre a la carrera, y después de atropellar a uno de los mozos pudo llegar hasta el baño de hombres. Traspasó la puerta y ya adentro se encontró con su traje colgando del perchero y los zapatos y el portafolios en el piso. Se vistió con rapidez, se peinó y arregló el nudo de la corbata frente al espejo y salió. Cuando intentaba asegurarse que el policía había desaparecido, se dio cuenta que se encontraba entrando a la oficina. Después de sentarse en su escritorio y disponerse a comenzar el trabajo del día, llamó a su secretaria y le indicó que le reservara un nuevo turno con el psiquiatra lo antes posible. Luego pidió un café.
Cuando ya había comenzado a leer sus papeles, sintió una molestia en un pie. Interrumpiendo la tarea se separó del escritorio y se sacó el zapato y la media. Encontró que, entre los dedos, todavía tenía algo de arena.


Tomado de la Revista Sensibles del Sur (octubre de 2003), dirigida por Ernesto Bavio

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A otros les gusta coleccionar sellos; a mí me gusta inventar: una manía como otra cualquiera.
Thomas Alva Edison


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