domingo, 12 de diciembre de 2010

Carlos Figueroa

-Santiago del Estero, Argentina-

Imágenes del ayer

La fotografía es cruel, hiere su verdad
cuando nos muestra felices
sin las huellas que deja el pasado.
Ella, en su mundo contiene
la vida que se fue y sin querer
nos aleja de los días venturosos.
Cómo volver sin dolor al ayer
si sólo tenemos palabras
para rescatar la alegría que quedó
aprisionada en aquel viejo papel.
Hoy lo sé y es en vano mi deseo,
porque no se puede detener al tiempo inexorable:
ese río salvaje que alimenta su existir
con la sangre de quienes caen en su cauce.


Tributo a las abuelas
(A Victoria Gamietea de Bassett)

Esa abuela de ayer,
cuando joven fue un puntal de nuestra casa,
donde ponía todo su afán entre mamaderas y canciones
que honraban la vida que pasaba.
Así nos acompañó durante largos inviernos
y también en alegres primaveras.
Pero los años doblegaron su figura
y nublaron su memoria, que fuera refugio
de nuestra historia cotidiana.
Por eso hoy, al verla así me duele,
me duele esa sombra que anda lenta,
siempre tan callada, tenue como una mañana
que gasta sin saberlo, los límites del alba.
Yo que tanto escribí para seres de la nada
le debía esta gratitud, esta lágrima
por tenerla aquí, desafiando al viejo tiempo,
ese, que presuroso pasa.


Ser feliz en Uzbekistán

No es por el asombro de la brillante esfera
que todas las tardes llama a las sombras
en los dorados ocasos del Asia Meridional.
Tampoco por el ganado que rumia su silencio
al pie de las montañas que rodean la ciudad.
Ni por aquellos árboles centenarios
que tutelan de su vida, la humildad.
Nada de eso le dio felicidad.
Hasta que un largo día pudo cinglar
su espada de noble hierro
y luego elaborar el morral de suave piel de ciervo,
aquél que cazó una fría mañana de abril.
Después de aquel día, recién pudo descansar.
Hermosa lección nos dio un ignoto habitante
de la lejana Uzbekistán, cuando dijo:
“saber conformarse con las elementales cosas,
es encontrar la justa medida de la felicidad”


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Su divisa era ésta: todo lo que merece ser hecho, merece también ser bien hecho.
André Maurois

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