Cante Jondo
Se moría por unos tacones rojos de bailarina española y decidió tenerlos.
El anuncio de la academia de baile, tenía una “bailaora” gitana. Sus ojos de niña inquieta y temperamental, se clavaron en las graciosas extremidades inferiores de la bailarina del afiche. Eran ésos. Sí… Altos, rojos, finos, pequeños, con una tira que cruzaba el empeine, encerraban los pies en un calce perfecto y prendían al costado, con un botón sobre el tobillo. Miró sus pies, todavía chicos, y comprobó que los tacones del afiche eran de su tamaño.
Su madre tuvo que inscribirla en la Academia de baile, conmovida por la inusitada vocación por la danza que había despertado en su niña. Pero ella sólo quería los tacones rojos que seguramente tendrían que comprarle.
El día de la primera clase, apareció en la sala de baile, rodeada de espejos y tapizada con piso de madera, la mujer del anuncio publicitario. Calzaba los zapatos que a ella le quitaban el sueño.
Estrella comenzó la clase con arte y gracia. Ella luchaba por repetir los pasos del zapateo, pero los tacones rojos de Estrella y su misterioso golpeteo anulaban su capacidad para imitarlos. “Punta, taco”, “Punta, taco”, “Punta, taco…”, gritaba Estrella mientras taconeaba sobre el tablado, pero sus zapatos del colegio no se contagiaban de la magia. Tendría que conseguir cuanto antes sus tacones, a cualquier precio.
Cuando terminó la clase vio que Estrella caminaba descalza, estirando sus dedos fatigados y que en un rincón yacían los endiablados tacones. Se deslizó entre las chicas, en el vestuario, se acercó a los zapatos de Estrella, se los calzó y sus pies comenzaron con el zapateo gitano, incontrolable. Sintió miedo. Se vio sobre el “tablao”, embriagada por el aplauso y los “ole… ole…” que sus pies arrancaban. Las palmas, el canto y el ritmo enloquecedor la impulsaban. Las flores llovían a sus pies.
Cuando despertó del hechizo, se encontró con Estrella que, fastidiada, le pedía que se quitara los tacones. Avergonzada, los dejó en el mismo rincón y se puso sus zapatos del colegio. Tomó el bolso y antes de salir, para no volver más, miró de reojo y por última vez, los embrujados zapatos, ahora cubiertos, inexplicablemente, de pétalos rojos y blancos.
Yeni Pérez Zamora - Salta
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A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro.
Gilbert Chesterton
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jueves, 3 de enero de 2008
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