Aplausos
Aplausos. Ella sonreía. Todos esos aplausos eran para ella. El documental había sido un éxito, y ni uno de sus colegas encontró algo que decir en contra. La profesora hizo buenos comentarios. Varios invitados la felicitaron, todos preguntaban por la fecha de su graduación y cuándo llegaría su trabajo a la cartelera. Ella sonreía. Nadie le había preguntado aún por él. Por su esposo -¿esposo o ex? ¿y si es sólo otra separación de pocas semanas, de uno o de dos meses?-. Camino al evento repasó la misma lista de pretextos para justificar su ausencia, pero nadie le había preguntado nada aún. ¿Qué podría contestar ella? Cualquier cosa –mi suegra está enferma-, algo que fuese creíble –tenía que cuidar a los niños-, una mentira con la que no causara pena –iba a revisar el contrato del libro-, que no la hiciera sentir más sola de lo que en realidad estaba. ¿Acaso era para tanto? No. No podía ser para tanto. No debía serlo. Él no había ido a la presentación de su largometraje. No era la primera vez que sucedía algo parecido. Nunca te enamores de un artista, solía decir su cuñada. Ahora trataba de no preguntarse dónde estaría él –con la secretaria de su editor-, por qué no se interesó en este examen final -con esa amante que casi nos cuesta el divorcio-, requisito para que ella se graduara –¿y si sólo está en casa de su madre, escribiendo?-, ni por qué se irritaba tanto cuando ella quería saber de su nueva novela. No me dejas trabajar, decía él. No te mostraré mis escritos letra por letra, palabra por palabra, y no me dejas pensar cuando me jodes con tus problemas de siempre, con el niño que no controlas y con tus platillos desabridos o demasiado salados. Y encima, tus delirios de grabar pendejadas –dijo él mientras cerraba su maleta-. Pendejadas… ¿Cómo saber si él tenía o no razón? Aplausos. Apretó los dientes para saludar al jurado. Pensaba en él, pero sonreía. Todos esos aplausos eran para ella.
Lluvia de noviembre
Lluvia de noviembre. El agua borra recuerdos que tal vez sucedieron, destruye los sueños que nunca viví, rompe ventanas y desaparece reflejos que no encuentro más en mi habitación. Tus nubes ocultan la Luna y sé que esa sonrisa está lejos, muy lejos del mundo, pero mucho más lejos de mí. Eres una memoria que pronto se desvanecerá, sólo eso, dos palabritas entre millones de promesas que tú no supiste cumplir.
Esta nostalgia cae como la lluvia de noviembre. El invierno me hará compañía no sé si años o meses; sólo él me abraza, sólo él te lamenta, sólo él nos da un pésame inútil.
Mis pies secos crujen sobre las hojas amarillas, camino tras tus pasos pero no logro alcanzarte. Mientras más te amo más pronto huyes de mí, no encuentro más que distancia cada vez que intento seguirte.
Yo nunca quise perderte. Esta lluvia de noviembre es la única culpable…
Pero hoy es otro día. Por fin ha salido el sol.
Jéssica de la Portilla Montaño (Gina Halliwell) – México
http://todomepasa.com/blog
***************************************
Nadie puede herirte sin tu consentimiento.
Eleanor Roosevelt
***************************************
jueves, 3 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Jéssica, me encanta tu forma de relatar la poesía o de hacer prosa poética, como mas te agrade.
ResponderEliminarJulio R. Hernández
Gracias Julio, para mí es un gusto contar con la voz de Jéssica.
ResponderEliminarUn cariño
Analía