viernes, 11 de noviembre de 2011

Mario Valdez

-Buenos Aires, Argentina-

Frase hecha

Frase hecha: patrimonio idiomático. Legada por el tiempo, ¿quién se atreve a olvidar la frase anónima, ésa que para todo hablante es pública? La frase hecha es una conquista, y nadie se deja arrebatar fácilmente lo conquistado. ¿Quién se niega a usufructuar en vida su propio patrimonio? Aunque a alguien le arrebataran lo propio, lo recordará y considerará siempre como algo suyo.
La América Española, el África Francófona, la Europa Oriental, la Europa Occidental, son frases hechas (en contraposición a Indoamérica -que dejó de ser india- o Latinoamérica, en donde no se habla latín) que todo lo dicen.
Una vez la frase hecha, se la guarda como a una hija propia, o –para decirlo con la muletilla clásica- como a “la niña de los ojos”. No se puede extrañarla (nadie busque, aquí, una contradicción o un enigma: me atengo al recto sentido de la palabra): nuestros “castillos en el aire” son los “chateaux dans l’Espagne” franceses.
En suma: la frase hecha, aun ajena, la atesoramos como compañera fiel; así la adornemos con el hipérbaton y todos los demás recursos literarios que se esconden bajo ninguna llave en los arcones de nuestro idioma.
En el castellano vivo -en cualquier lengua, que yo sepa- todos hablamos con frases hechas. Censemos someramente, sin omitir letra alguna al encabezarlas.
-¡Adiós!... -¡Buen provecho! -¡Chau! -¡Dios mío! -¡Es verdad! -¡Feliz de ti!... -¡Ganas no me faltan!… -¡Hasta luego! -¡Imbécil de mí!
-¡Jolines! -Kilométrico… -Lágrimas de cocodrilo. -¡Me dejó sin habla!... -¡No es para tanto! -¡Ñiele! -¡Ojo al Cristo! -Por ejemplo…
-¡Qué espanto! -¡Recórcholis! -¡Seguramente! -Todo es relativo… -Un ejemplo… -¡Vaya por Dios! -¡Xenófobo! -¡Ya me parecía!... -¡Zanahoria!...
Para la frase hecha, la palabra -incluso- que abarca una situación emotiva (dramática, festiva, ridícula, etcétera), no hay renglón de la actividad humana que pueda intentar -siquiera- cerrar su puerta: jurisprudencia, artes, deportes, ciencias, ¿qué es lo que puede escapar a esas muletillas conversacionales que nos dejan “con el corazón en la garganta”, “con el alma en los pies”, “boquiabierto”…?
Esos diálogos traídos que nos causan sonrisa (-“quizá…” –“¡quita!” -“¡Vida mía!”- “¡Tonto de ti!”), esas expresiones que no pueden borrarse, esas palabras que nos mueven a no pensar, cierta vez el ingenio pudo resumirlas en la mordacidad, para deleite y como prueba de que no podremos prescindir de ellas. Recurro al canario Tomás de Iriarte en su “Epístola tercera” (9 de septiembre de 1777):
“…El menor mal del que a estudiar se inclina // es que, olvidando a Cicerón y Horacio, // logre la ocupación de una oficina // y en dos horas farfulle un cartapacio. // Trueque el estudio de artes y de idiomas // por aquellos científicos axiomas: // ‘con el fiscal, y pase a escribanía.’ // ‘Pídase informe a la contaduría.’ // ‘Únase al expediente.’ // ‘Examínese si hay antecedente. Acúsese el recibo, // y entréguense los autos al archivo.’ // Con esto (…)”
La frase hecha es como el agua que acompaña a las comidas: aunque no nos la sirvan, la tenemos en los alimentos.
Al infatigable cazador de frases hechas, mi compañero en la aventura de la búsqueda del ingenio -Ramón Modesto Oró, que rescató de sus lecturas que ‘el pan rallado es el sobretodo de la milanesa’-, dedico este ingenio de la búsqueda.

Varberg, en la siempre recordada Escandinavia, 21-03-1979


Texto tomado de Altango en Flores Nº 13, Revista cultural de edición trimestral. Edición: Margarida Solá Montoya, desde Sabadell (Barcelona, España). Redacción: Mario Valdez (Buenos Aires, Argentina), Ángel M. González Carazo y Margarida Solá Montoya (Sabadell).

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Solo en la ruta de mi destino sin el amparo de tu mirar, soy como un ave que en el camino rompió las cuerdas de su cantar.
Alfredo Le Pera

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