Él era una llamarada incontrolable.
Ella un viento de sauces venerables.
Por ella alguien compuso mil canciones
y se escribieron versos en su nombre.
A él nada le importaba salvo el sueño
que en su frente las zarzas escribieron.
Él era un yermo condenado por las piedras.
Ella un vergel sediento de promesas.
De él se supo que amaba los caminos
que conducen al mar de la tristeza.
Ella, mientras, moraba entre las sierras
sin conocer del mundo los delirios.
¿Cómo fue que sus manos convergieron?
Eso nadie lo sabe, pero es cierto
que una tarde nublada se prendieron
los ojos en los ojos y se abrieron
las almas que escondían los deseos.
Como era previsible, se perdieron:
Ella se fue por un fértil sendero.
Él busca en los volcanes su secreto.
Transparencia
De las aguas inertes del olvido
hoy rescato la estampa de una tarde.
Percibo el ruido de unos pasos, un perfume,
oigo una voz preñada de susurros,
roza mi piel la brisa del otoño…
No sé si ella existió, no sé su nombre.
Tal vez sólo fue un sueño, tal vez nunca
sus labios incendiaron mis arterias.
Nunca sabré si sombra de algún ángel
fue la que así sembró su fina esencia.
Nunca sabré si fue llama o tan sólo
un sutil rechinar de transparencias.
Perdida barquichuela
¿Quién te devolverá el rumbo, perdida barquichuela?
Si hubo un tiempo de calma, suave brisa,
si hubo una mar sumisa, claras aguas
cálidas, transparentes…
Hoy es negra la mar, fieras las olas
y ese sol inclemente allá en lo alto
y esa sal acrecentando el dolor en tus heridas.
Todo es un elevado acantilado en torno
y allá arriba no hay nadie, no hay un rostro
en cuyos ojos reflejarse, ni una mano
que pueda rescatarte de ese mar en tinieblas.
¿Qué mapas consultar? ¿Qué brújulas? ¿Qué estrellas?
¿Qué otro azul navegar? ¿Qué otra quimera?
¿Dónde fueron los puertos del pasado?
¿Dónde aquellos océanos de almíbar y promesas?
Oscuridad sin nombre y algas muertas
y el frío entre los huesos. Sentencia impronunciable
pero cierta.
Como el embate fiero de las olas
que allanan la paciencia de las rocas.
Como el recuerdo atroz de los días veloces
que quedaron atrás entre poemas olvidados.
Pertenezco a la tierra
Pertenezco a la tierra.
Del fango soy, de la nube,
del árbol que se yergue en la meseta,
del torrente que alivia la sed del caminante,
de la roca y del fuego.
Disperso yazgo
como la arena, como el mar.
Así, cuantas veces pudieran darme muerte
serán insuficientes
porque la vida no tiene límites.
Poemas inéditos del autor
Sergio Borao Llop
Zaragoza, España
Muy buena entrega Sergio. Profunda y con una música precisa que nos va llevando...
ResponderEliminarMe encanta la construcción de los poemas cuando interrogan...
¿Qué mapas consultar? ¿Qué brújulas? ¿Qué estrellas?...La existencia navega muchas veces como esa perdida barquichuela...
Saludo afectuoso desde Córdoba, Argentina
Me alegra que estos humildes poemas de mi juventud hayan encontrado un lugar entre tus lecturas. Te agradezco el mensaje y te devuelvo el saludo y el afecto.
EliminarQué placer leer tus poemas en una mañana lluviosa desde La Plata, Buenos Aires, Argentina! Cariñosos saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Nor. Un abrazo desde Zaragoza (España).
EliminarNor Losada
ResponderEliminarSus poemas me conmovieron... "Ella y él". Si me permite me lo quedo. Beatriz Caserta
ResponderEliminarMuchas gracias, Beatriz. Un saludo.
EliminarNor, Beatriz, Alfredo:
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestra lectura y apreciaciones.
Mi abrazo y mis mejores deseos
Sergio:
ResponderEliminarUn placer contar con tu voz. Muchas gracias por enviarme estos sentidos poemas inéditos de tu juventud.
Mi abrazo y mis mejores deseos
Gracias a ti, Analía, por tu labor de tantos años. Un fuerte abrazo.
EliminarLeer y releer para profundizar la emoción de estos versos. Gracias. María Cristina Berçaitz, de paso por Rimini, Italia
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura, María Cristina.
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos y ¡muy felices vacaciones!
Analía
Muchas gracias a ti, María Cristina. Feliz viaje.
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