sábado, 24 de mayo de 2025

Graciela Bucci

Compañero de Viaje 

“…eras uno de esos tantos que mendigan su inocencia como ángeles excluidos de algún cielo perverso y extraño”. 
Ernesto Sábato 

El periódico viaje en tren, que intenta sacudir la fatiga del trabajo con poco presente y menos futuro, suele darme la satisfacción de un corto descanso, sin culpa, merecido, en un asiento generalmente roto, generalmente sucio, que recibe el cansancio sin prejuicios; me deja caer, sin miramientos, mientras el ritmo fragmentado invita al sueño, al sopor cinético, a sentirse dueño del espacio reducido, y a veces, a una corta intrusión en la vida de ocasionales compañeros de viaje.
Ayer a la tarde la curiosidad tomó ventajas, y sin disimulos, me ocupé de lleno del personaje sentado justo frente a mí. 
Estaba junto a la ventanilla; cabeza de pelos largos apoyada en el vidrio, descansando quizá el madrugón. Le calculé unos veinte años. Me detuve en su cara angulosa de labios finos y barba incipiente; ropa buena, largas piernas que se anudaron hasta encontrar su lugar en el hueco del asiento. Adiviné los huesos, apenas los músculos dejando aristas en el pantalón, a la altura de las rodillas; manos cuidadas -de estudiante, me dije- a juzgar también por las carpetas que asomaban de la mochila a medio cerrar, y en este ejercicio de fabular, imaginé el apuro al salir del colegio o de la facultad, la corrida por el andén, los escalones tragados por las piernas largas, el alivio al llegar, el cuerpo desparramado a gusto en el asiento, y por fin el reposo, y tal vez la necesidad de dormitar algunas estaciones. 
Creo que fue en la cuarta estación, la más ajetreada por lo general, esa en la que suben, también por lo general, personajes bizarros. Allí trepó, dudosamente, un hombre con un movimiento pendular que casi lo sentó sobre el pantalón joven y las aristas; en la mano llevaba un paquete que escondió con esfuerzo en el bolsillo de la campera. Los ojos jugaban una especie de ping pong nervioso sobre el muchacho. Por los movimientos que apenas controlaba, o tal vez por el olor rancio y alcohólico que impregnaba el ambiente, lo cierto es que su compañero hacía rato que no dormitaba, se había apostado, erguido, altísimo, sobre el respaldo roto, juntaba las piernas para evitar el roce, y miraba sin ver por la ventana cualquier cosa del lado de afuera del vagón, cualquier cosa que lo aislara de una situación que, visiblemente, lo perturbaba. Yo estaba cómodo: simple espectador de un episodio que no me involucraba. Entonces lo escuché. Escupió una frase que el alcohol arrastraba: “hay mucha soberbia en la gente”. Y será por eso, porque le pegó lo de la soberbia, que el pibe aflojó y le prestó media mirada, y hasta se permitió la semisonrisa de quien se resigna a lo que viene atrás, y respetó, y escuchó sin interrupciones, sin dejar de mirarlo, con gesto de cera, algo borroso que se hilvanaba al salir de la boca de su compañero, algo borroso y triste cuando dijo excombatiente, Guerra de Malvinas, indignidad, batallas, algo más borroso aún se le escapó detrás de la palabra mártires, y se quedó pensando, o tratando de componer la siguiente frase para que no quedaran dudas de lo que contaba, para que a él, hombre de la campera verde oliva, tampoco le quedara ninguna duda: “me bajo en la próxima, voy a rehabilitación, no es justo, no puedo seguir así…”, y el así flotó, se hizo pedazos al chocar contra el vidrio, desparramó el aliento nauseabundo. Recuerdo que golpeándose el pecho, también habló de los colores, de la patria, del honor, y algo dijo también del estudio, señalando las carpetas y la mochila, y le tendió la mano al pibe y encontró la firmeza del apretón joven, que ya no vacilaba, y quiso ensayar la despedida, y hasta alcanzó a arrastrar las sílabas de la palabra bendición; recién entonces se paró, trató de enderezar el cuerpo encaprichado en el vaivén, y enfiló hacia la puerta; antes de girar me extrañó su mirada en la mía, casi cómplice, y me extrañó también que me guiñara un ojo mientras se golpeaba el bolsillo enorme de la campera verde oliva. Lo escuché tararear una canción indescifrable por el alcohol mientras el tren paraba. Alcancé a ver el pico de una botella, alcancé a ver el segundo guiño, como despedida. 
En el asiento, quedamos el estudiante y yo, enfrentados; nos miramos, guardamos el silencio raro que suele unir a los desconocidos; juntos espiamos el andén, quizá juntos nos asombramos de la demora en partir. Nos pegamos al vidrio. Entre la gente que había surgido de pronto como un racimo, pudimos ver o adivinar la botella mal camuflada por una bolsa de papel, el bolsillo deforme verde oliva, la cabeza sangrante y, seguramente, también juntos imaginamos el paso en falso, el tarareo que distrajo una atención ya dispersa, las pocas fuerzas para saltar el último escalón, siempre tramposo, resbaladizo, tan amigo de la tragedia y de las vías. Ni siquiera nos comunicamos con un gesto, un oficio conocido nos hizo silenciar la impotencia. Y rápido tomamos la decisión de abandonar el vidrio; rápido también nos paramos, casi en forma simultánea bajamos del tren por la otra puerta, y comenzamos a caminar como autómatas, sin mirarnos, hasta la avenida próxima donde, tal vez, los dos tomaríamos el mismo colectivo. 

Hubiera sido inútil esperar. 


Graciela Bucci 
Buenos Aires, Argentina 


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No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual. Somos seres espirituales teniendo una experiencia humana. 
Pierre Teilhard de Chardin

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4 comentarios:

  1. excelente Compañero de viaje de Graciela Bucci. Realmente una narradora de fuertes connotaciones sociales como el maltrato, el abuso, la infidelidad. Su libro sí decir basta de relatos toma esta temática. Gracias Analía por publicarla. Sebastián Jorgi

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    1. Sebastián:
      Muchas gracias por tu lectura y tus conceptos.
      Mi abrazo y mis mejores deseos

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  2. Graciela Bucci, solo puedo decirte, que tu narración fue un viaje de emociones, del que no quería descender.
    Gracias por compartir!
    Beatriz Caserta

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    1. Querida Beatriz:
      Muchas gracias por tu lectura y tus apreciaciones.
      Mi abrazo y mis mejores deseos

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