“No hay que tener miedo ni de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”.
E. De Frigia
Doña Juana es gorrión y pradera.
Carga sus ochenta rosas penitentes.
Levemente.
Cual si fueran pétalos de seda.
De cristal. De vuelo de palomas.
Ha evadido el valle de las amarguras.
Y ama, apasionadamente.
Esta arena, esta tierra arcillosa que es su boca.
No le teme a la pobreza.
Es solo un monstruo ponzoñoso, alerta.
La ha escuchado llegar como el retumbe de mil potros salvajes.
Y le ha abierto la puerta, de par, en par.
La puerta de entrada y la puerta de salida.
-Solo es cuestión de tiempo-
Conoce la pobreza, como el río natal.
La ha visto trepar sobre la roca niña.
En los jazmines, en los sauces, en los palos santos.
En las madre-selvas varicosas.
En su luz. En las alas del sol.
En los techos espejados de escarcha.
En el agua oculta bajo la hiedra seca.
En su sed y en sus vides.
En su hambre y su saliva amarga.
En dulcísima pulpa de duraznos tempranos.
En sus benditas manos rocallosas.
En su oficio de ayeres.
En su canto de salvaje alegría.
En su bastón. Insignia de quebracho.
En su canto… y su perenne eco.
Un eco, y otro eco, y miles ecos más.
Exilio
“El poema es el exorcismo ante mis miedos”
Nunca te dije que me quedé por miedo
Por un brutal. Feroz, insustituible miedo.
Coloqué en tu mochila, tu jean, una foto y mi gastado miedo
Partiste en plena noche. Como un bandido.
La muerte silbaba con boca de zafiro.
Me dejaste libros, despedidas.
Y el miedo, animal, impío, sanguinario.
Prefería la muerte a la partida. Pero quedó la herida.
De muerte, herida. Herida muerta. Herida miedo.
Estaba en todas partes, en todas, todas.
En tu silla vacía. En la guitarra.
En el perro llorando. Lastimeramente. Lúgubre llanto mío.
En la mesa con mantel de desvelo.
En los diez mandamientos de mis manos.
En mi boca cocida. En mis ojos atados.
En el mapa de tu cuerpo en mi lecho.
Quedaron sacos rotos.
Olor a patria. Sabor a viento claro.
Tierra natal. Muertos. Crujidos.
Disparos que ahuyentan las palomas.
Te has llevado mi pena, ay mi pena.
Y has dejado la tuya. La tuya mía, corazón.
Un pedazo mío tuyo te has llevado.
Un clavel. Un malvón. Un café.
Un pájaro de bruma. Un dragón. Una tijera.
Corto la espera, sentada en el umbral.
Como ayer, anteayer, mañana, nunca.
Forma de barro
Es una naranja de ombligo, partida.
O un durazno.
Acaso una granada que sangra.
Es casi una crisálida.
O el Gran Diluvio ahogado en años.
Los pasos transpiran su mirada.
Corre. Se apuran. Se detienen.
Descalzan la mañana.
Le respiran la nuca. Bostezan.
Las mujeres lavan en el río.
Ella, vestida de poema oscuro, las contempla.
Las ama y las envidia y las aspira.
Tiernas penas le cantan a la nana.
El niño lame el amarillo del ocaso.
No te duermas mi niño.
Ya habrá tiempos de dagas y de cruces.
Es la última mirada, el último regreso
Una lágrima callada, calladamente cae sobre el río.
El río toma su frágil sombra.
Cual si tomara un pájaro, un niño, un ángel.
El barro le da forma de silencio… y la ama.
Amelia Arellano
San Luis, Argentina
bellos poemas Amelia
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura, Roberto
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos
Bella e intensa poesía la de Amelia Arellano, siempre plena y desbordada de humanidad real, con sus tonos diversos, su palpitar febril y sus horizontes incesantes. Lo celebro.
ResponderEliminarEduardo Dalter
Muchas gracias por tu lectura y tus apreciaciones, Eduardo.
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos
Amelia, me han gustado muchísimo sus poemas!
ResponderEliminarMe quedo con "Exilio".
Gracias, por compartirlos.
Muchas gracias por tu lectura y tus apreciaciones.
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos
Muy bella poesía, profunda y reflexiva. María Cristina Berçaitz
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y tus conceptos, Cristina.
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos