Para estar conmigo, a solas conmigo,
me basta este sol casi redondo
o la noche con estrellas
(aunque podría ser con niebla),
2 o 3 mates y un buen plato de arroz
y esas memorias, que abrazan siempre,
y esta soledad serena y relumbrona,
que es un rito sentido de silencios,
con todos los pulsos de la vida.
A partir de la hora en que las luces
Quejas de bandoneón
A partir de la hora en que las luces empiezan
a apagarse y cada uno, como en fila,
se va yendo, con dolores o suspiros,
o bajo un viento repentino, o con sonrisa leve,
mientras el frío aprieta y los ecos son lejanos,
las viejas músicas, aquellas celebradas y bailadas
musiquitas, comenzarán lentas a anidarte,
y acaso unas pocas imágenes desteñidas,
para no dejarte solo, vacío ni olvidado.
Amores lejanos
Desde más lejos que lejos, vienen,
y acaso desde más frío que los fríos.
Yo no las llamo, tampoco las invoco,
en sus madreselvas cálidas, en sus iris
armoniosos, ni en sus campos o calles
urbanas o barriales. Pero aquí está,
parece, el ramaje alto al que regresan.
Nunca las quise perturbar ni distraer
en sus infinitas y no probadas lejanías.
Pero desde más lejos que lejos, vienen
con un eco, o como una imagen rápida,
a templar el día nublado con tibiezas.
Encuentro con el laurel
a la memoria de Joaquín Álvarez
y del periódico Alberdi
Después de 24 años, me volví a encontrar
con el laurel, bajo cuya sombra fui siguiendo
el curso de la historia de las páginas amadas,
las páginas dolidas y las páginas que terminaron
indicando y haciendo, en el devenir de los años,
el camino, los caminos, hasta estos días, estos ecos.
Y, por lo demás, nadie aquí se ha ausentado
ni ha intentado desmerecer ni tachar una palabra.
Hubo lágrimas, desgarros, ecos y silencios,
noches de oscuridad cerrada y espesura,
que nadie pretendió ocultar ni mucho menos.
Pero después de 24 años, me volví a encontrar
con el laurel; una felicidad, que estoy tratando
de escribir a la luz encendida de este encuentro.
Vedia/ Buenos Aires, 4/ 5 de agosto, 2024
Saludos del regreso
Barrio de ecos y viejas soledades,
a la sombra espesa de paraísos
y de plátanos, que saben murmurar
entre los silencios y los cielos
cerrados de la noche. Yo caminaba
esas calles en el extraño tiempo
en que los vecinos descubrían
a los muertos y rememoraban
a sus deudos. Yo caminaba,
como en una letra de Manzi,
esas calles entre La Blanqueada,
la avenida Cruz y las vías curvas
del ferrocarril, como si la larga
historia anidara o buscara reparo
en esas sombras nuestras, y
yo la saludara, después de tanto
sumar años respirando lejanías.
Sentidos versos por la memoria
Amo a este sacrificado país en que nací
por lo que anida hondo en sus entrañas,
y que no puede aún desnudar su historia
ni enseñarla de verdad en las escuelas.
Lo amo por todo lo que pervive debajo
de la alfombra y que cada tanto asoma
en un muestrario desolador e hiriente.
La tristeza y la dura soledad argentinas
tienen dos siglos humildes de espesor
para la tan oscura unción de los olvidos.
Así y todo, este poema respira profundo
e insiste de cara al sol, y quiere abrazos.
Estos poemas pertenecen a la 1ª parte del poemario inédito del autor: Luces de la orilla, textos escritos en Buenos Aires en 2024
Eduardo Dalter
Buenos Aires, Argentina
Serán dados los abrazos, que requiere tu verso en el poema, hermano poeta y amigo
ResponderEliminarUn lujo Dalter. Gran oficio, alto artesano de la palabra y las letras argentinas.
ResponderEliminarLa poesía insiste de cara al sol, eternamente y aunque vengan degollando!
A celebrar, Todos los pulsos de la vida!
Saludo afectuoso desde Córdoba
Roberto, Alfredo:
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestra lectura y conceptos.
Mi abrazo y mis mejores deseos para vuestros días