Los centauros también
Hay cuestiones,
motivo de estudio entre los muchachos que se juntan a tomar cerveza en un bar
de la costanera. Si los animales tienen alma cuánto de inmenso deberían ser el
Cielo, el Infierno y un hipotético Purgatorio para albergar a los trillones de
ánimas de trillones de moscas y mosquitos que hubo en el mundo desde el Génesis
hasta ahora. O si habrá, como sostenía Atahualpa, un cielo pal buen caballo,
otro pal mal caballo, otro para el pashuco, para el nochero, para el del galope
corto y el aliento largo que subió a los Andes y se fue al Perú.
No son animales
solamente los que ladran, maúllan, relinchan o rebuznan sino también todo bicho
que camina, las vacas, los dorados, los sábalos y los pichis. Y también los
tigres y los leones, las hienas (Dios nos libre) y las jirafas junto a
rinocerontes, cocodrilos e hipopótamos. Además de piojos, pulgas y garrapatas
para los cuales también habría que reclamar un Edén similar al cristiano, con
la felicidad de pasarse eternamente mirando la perfección de Dios. Oiga, ¿no
será medio mucho? Porque la felicidad de un piojo es vivir en la cabeza de un
niño, no mirar la perfección de ningún dios, por más uno y trino que fuere. O
fuese.
Otra cuestión que se
discute en el bar que le digo es saber si es cierto que el derecho de uno
termina donde empieza el de los demás, como sostienen los seguidores de
Francisco Quesnay, Juan Santiago Rouseau y Francisco María Arouet, conocido
como Voltaire, y otros más de esa misma runfla. Quienes tienen una mente
esquemática, reclaman que sí, pero los otros retrucan sosteniendo que entonces
sería una cuestión de nunca acabar en la China, porque allí donde termina el
derecho de uno empieza el del vecino y donde termina el del vecino empieza el
del tipo que está más allá, y así millones y millones de chinos hasta volver al
punto de partida.
Y se nos va la vida
entre los cielos de los animales (¿los imaginarios como los centauros también
tienen un Paraíso?) y dilucidar qué se debe hacer para que la gente entienda
que no es cierto lo del derecho del vecino porque el Infierno no es el otro.
¡Mozo!, mi cerveza
que sea rubia, como siempre.
Juan Manuel Aragón
Santiago del Estero, Argentina
¡Qué diatriba tan graciosa y ocurrente! Sin embargo tiene un fondo que da mucho para pensar.
ResponderEliminarMuchas gracias Lina
EliminarMi abrazo
Analía
Muy bueno Juan Manuel. La verdad es que uno queda pensante... Yo cuando han partido mis mascotas o queridos amados, les digo:sean felices en "su cielo". Segura estoy que hay un cielo para cada uno, donde vivir el sueño. Me encantó. Si bien despierta hilaridad, tiene un fuerte principio de ideas. Gracias a tí por compartir tu texto y a Anita que te publicó. Abrazo a los dos
ResponderEliminarAgradezco tu lectura Ana.
EliminarCariños
Analía