lunes, 26 de marzo de 2012

Joan Mateu

-Escritor nacido en Girona. Reside en Barcelona, España-

El regreso del montañero


Después de aquella expedición de tres meses y medio regresaba a casa con unas ganas enormes de hacerle el amor. Los días pasados en lo alto de la montaña y los esfuerzos realizados, lejos de haberle debilitado, parecía que habían actuado de reconstituyente, sintiéndose pletórico y ansioso. Cada noche había soñado que la tenía en sus brazos con tal intensidad que por las mañanas parecía que notaba su olor.

Nada más llegar a aeropuerto la llamó y anunciándole su llegada le gritó al teléfono, deletreando con voz estentórea, "PRE-PA-RA-TE". Ella lo recibió en salón, al cabo de veinticinco minutos, con una taza humeante en su mano derecha.


Eclipse de artesanía

Estaba absorto mirando al cielo con una mano ejerciendo de visera, protegiendo los ojos de los fuertes rayos solares. Al preguntarle qué hacía, me respondió lo obvio:
- Ya ves, mirando al sol.
- Eso ya lo veo, pero ¿qué miras realmente?
- El eclipse - respondió lacónicamente.
- Pero, hoy no hay eclipse - respondí - de haberlo, yo lo sabría por los periódicos o por alguna de las revistas de astronomía a las que estoy suscrito.
- Tú observa y lo verás…
Puse la mano de forma que no me cegara la luz y oteé el cielo sin ningún resultado.
- Lo siento, pero no veo ningún eclipse.
- Es que lo haces mal. No pones bien la mano.
- No entiendo nada - dije mientras me contorsionaba con la mano en alto.
- Debes sostener la mano recta y la vas corriendo muy despacio de forma que vaya tapando el sol, primero con los dedos y luego con la palma. De esta manera consigues un eclipse perfecto.
Al ver mi mirada de sorpresa y mi semblante en el que se podía leer que creía que se había vuelto loco, me dijo muy serio y circunspecto, mientras desplazaba la mano sobre sus ojos:
- Estamos en una época en la que se valora mucho la artesanía. No sería de recibo que los eclipses no se pudieran manufacturar. Yo acabo de conseguir uno, realmente espectacular, y además, hecho a mano.


El mensaje en la botella

Las olas llevaron a la playa aquella botella con el mensaje en su interior. Con mucho cuidado consiguió sacar el papel de dentro y lo leyó:
“¡Socorro! Estoy perdido en una isla desierta. Llevo más de un año tirando botellas al mar con mensajes y estoy desesperado porque el mar me las devuelve”
Con parsimonia garabateó unas palabras en el mismo papel. Lo enrolló y metiéndolo dentro de la botella la tiró al mar lo más lejos que pudo.
Añadió: “Te entiendo, a mí me pasa lo mismo”


Los hombres con alas

No se sabe si fue producto de una mutación hormonal o quizás fue una variación del ADN en algún experimento poco controlado, la cuestión es que empezaron a ser habituales los nacimientos de hombres con alas.
Esto creó confusionismo y también envidias. Las facilidades de desplazamiento, la nula polución y los ahorros en viajes, fueron factores determinantes para que se fueran introduciendo rápidamente en la sociedad.
El hecho de que cada día hubiera más hombres con esta característica, hizo temer una dominación de los alados, lo que creó temores en el resto de la población. Sin embargo todo se solucionó cuando se pusieron de moda los colchones de plumas.


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Hay momentos en los que todo va bien: no te asustes, no duran.
Jules Renard

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