Borraja
Aquí estoy, sentada frente a esta tipa que ni siquiera conozco, sin poder parar de llorar y ella que me mira con esos ojos tan fríos, debe preguntarse qué carajo hace una mujer grande llorando como criatura. Pero no puedo parar, suspiro y lloro todo el tiempo mientras esa señora tan bien vestida hace preguntas raras y escribe a máquina. ¿Qué serán las generales de la ley? Debe ser algo de abogados, yo no tengo para pagarme uno, ya se lo dije a la que me atendió primero y, desde ese momento, empezó a tratarme como a una infeliz; y bueno, eso soy. Una sirvienta que viene a llorarle sus problemas a la jueza que es fina, educada y seguramente no sabe lo que es tener un hombre que la deje a una como el mío me dejó, de un día para otro, sin nada y con un chico de cinco años para mantener. Pero eso no sería nada, yo me basto, tengo dos brazos fuertes y no me da vergüenza servir en casa ajena, todo por mi hijo, al que nunca le dejé faltar nada y me lo cuidaba la vecina mientras yo estaba afuera. Y ahora esto, él que aparece mansito y me convence que quiere ver al hijo. Dos años sin siquiera comunicarse, viviendo en Buenos Aires. Tan lejos. Dos años sin mandar plata ni siquiera escribir una carta para saber cómo estaba el chico; no se enteró que tuvo el sarampión ni de la bronquitis que casi se lo lleva, cuando lo tuve que internar en el hospital y perdí el trabajo porque a la patrona no le importó que mi hijo se estuviera muriendo, que no pudiera respirar, solamente me descontó los días que falté y me mandó de vuelta a la calle con unos pocos pesos que no me alcanzaban ni para pagar los remedios. Reconozco que fue por la desesperación que hice la calle, no podía pensar en otra forma de conseguir plata rápido para comprarle lo que necesitaba el chico. Siempre con la misma mala suerte, me agarró la policía, por ignorante, porque las otras se borraron rápido, todas tenían un macho con amigos o algún policía como cliente y yo no; así que me ficharon y eso está en esa carpeta color marrón que maneja la tipa con la punta de los dedos como si ser puta fuera contagioso. Yo le explico que fue solamente esa vez, que nunca más, que era porque si no le daba los remedios, el chico se me moría, pero me mira igual, con desconfianza, me habla con un tono tan filoso que parece me va a cortar en dos.
Pero nada de eso importa, es por mi hijo. Todo por él.
Mi marido se hizo el bueno, lo quería ver, llevarlo a pasear, me dijo. Y le creí. Cuando a la noche no apareció, casi me vuelvo loca. Y eso que la vecina me había dicho que no lo dejara llevárselo así porque le notaba algo raro, pero yo no hice caso. Pensé que la vieja siempre exagera todo porque es la chusma del barrio, corriendo de casa en casa con sus historias, envenenando a toda la gente que la recibe, hablando mal de uno cuando no lo escucha y cuereando al oyente cuando se va. Con esa profesión, cómo iba a hacerle caso. Pero tenía razón. El guacho se fue con el chico a la plaza, esperó que yo estuviera en el trabajo, volvió por los papeles y la ropa y se lo llevó.
Ahora no me queda otra que hablar con esta mujer del juzgado, decirle que me raptó el hijo, que lo hagan seguir con la policía, que me lo devuelvan. Toda la mañana estuve acá, hasta que al final se pusieron a hacerme preguntas y a escribir todo a máquina. Ahora me hacen firmar no sé cuántos papeles y me llevan con otra señora que dicen es la jueza. Es una linda mujer, muy seria, muy arreglada, mira los papeles mientras la otra le murmura cosas al oído, seguro que en contra mía porque cada vez me mira más seria.
Al final, cierra la carpeta, junta las manos como para rezar y me dice con ese tono profesional que ponen las autoridades cuando hablan con los infelices como yo.
-Mire señora (lo de señora ya suena a falso), no hay rapto porque es su marido y ustedes nunca hicieron la separación; legalmente es el padre, así que se lo puede llevar sin problema. Si quiere hacer las cosas bien tiene que iniciar el divorcio, conseguir la tenencia, si no, no se puede hacer nada. Aunque con los antecedentes que usted tiene, no creo que pueda quedarse con el chico... dígame, ¿su marido trabaja?...
No solamente debo haber llorado, seguro que le grité alguna cosa fuerte, porque me hace sacar con la policía...
Perdí una mañana, haciendo papeles y pasando vergüenza, desnudando mi vida ante esas mujeres para que me salgan con eso y quede todo en agua de borraja.
Perdí el día, pero no voy a perder la noche. Tampoco voy a perder a mi hijo. Ésta es una buena esquina y seguro me consigo clientes ahora que ya arreglé con el hombre que vive con la Pancha por si aparece algún cana. Ni bien haga unos pesos me voy a la capital y ahí lo voy a encontrar. Todo lo que necesito es trabajar unas semanas para juntar la plata del pasaje y comprarme una navaja. Ya van a ver todos si no puedo quedarme con mi hijo.
........................Del libro En Picada, publicado en 2006
Blanca Salcedo – Formosa
*************************************************
La verdad no hace tanto bien en el mundo como el daño que hacen sus apariencias.
François de la Rochefoucauld
*************************************************
miércoles, 11 de junio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Excelente texto Blanca y hablo desde la narradora que hay en mí.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lily Chavez
Gracias querida Liliana, coincido con vos, es una buena narración, con el lenguaje adecuado y el final preciso.
ResponderEliminarUn abrazo
Analía
Me gustó la trama de una historia bien narrada.
ResponderEliminarJulio R. Hernández
Gracias Julio, por leer este excelente cuento de Blanca.
ResponderEliminarAnalía