miércoles, 5 de diciembre de 2007

David Lagmanovich

Conjetural

Si sostuviera su mano, si la mirara a los ojos, si nos mantuviéramos en silencio para que el ambiente se cargue con la electricidad que surge de dos corazones latiendo al unísono, si después pudiera musitar unas pocas palabras entrecortadas cerca de su oído, si al acercarme su piel percibiera el calor de la mía, si su aliento y el mío se mezclaran en una sola respiración antes de ningún contacto físico, si llegáramos por fin a cerrar los ojos al mismo tiempo para mejor sentir la intensidad del momento que vivimos,

tal vez podría olvidar la tosquedad de su atuendo, el poco arte con que cortaron su cabellera, la desmesura de los ojos que parecen implorar algo imposible, el olor del miedo,

ahora, en estos momentos de la última entrevista, antes de que la puerta se abra detrás de nosotros y entren los hombres encargados de llevarla, a pesar de sus alaridos, hacia la cámara donde la espera la silla fatal.

Inquietud

Regresó a su oficina de la Universidad después de una breve caminata junto al lago, un ejercicio que le servía para despejar sus pensamientos durante la hora que otros destinaban al almuerzo. No se demoró porque, aunque no tuviera ninguna entrevista planeada, nunca se podía prever la conducta de los estudiantes, tan irreflexivos que aparecían con sus consultas a cualquier hora de la mañana o de la tarde. Enfiló por el pasillo central del edificio, tomó el ascensor hasta el segundo piso y caminó en dirección a la puerta de su oficina, la misma que había conseguido para él solo después de una larga negociación con las autoridades universitarias. El edificio parecía desierto. Llave en mano, se detuvo frente a la gruesa puerta de madera algo descascarada y la miró como si la desconociera. Un rectángulo de cartulina informaba, con su letra: “El profesor regresará dentro de breves minutos; anote su nombre en la planilla y espere”. Nadie, sin embargo, había escrito nombre alguno en ese documento. Sabía que tenía que introducir la llave en la cerradura, pero no se decidía a hacerlo. Sentía un terror anticipado por lo que pudiera encontrar o lo que tal vez le sucedería en caso de abrirse esa puerta. No se decidía a retirarse, y los minutos pasaban mientras él estaba congelado en la absurda posición de alguien que sostiene una llave a medio camino entre su bolsillo y la cerradura. El tiempo transcurría y comenzaban a escucharse ruidos en el resto del edificio; después, una eternidad después, los ruidos decrecieron y finalmente cesaron, y las luces eléctricas se encendieron automáticamente. Cuando la cuadrilla de la limpieza avanzó por el corredor, los hombres lo miraron con extrañeza: ¡eran tan raros los profesores de esa casa! Pero siguieron su camino sin detenerse, temerosos de interrumpir lo que parecía un momento de meditación sobre algún problema que a ellos no les era dado comprender.

De Ficciones Salvajes

David Lagmanovich – Tucumán

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Los grandes espíritus siempre han encontrado una violenta oposición de parte de mentes mediocres.
Albert Einstein


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1 comentario:

  1. Conjetural me dejó sin aliento. Es un gran texto. Felicitaciones.
    Alicia Perrig

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