-La Lucila, Buenos Aires, Argentina-
Recóndita aventura
El paisaje crepuscular parecía engullir a la mujer junto a su vehículo que avanzaba, vertiginoso, por la desolada carretera. Los árboles y los postes telefónicos se habían borrado de su visión debido a la extrema velocidad que, su delicado pie, imprimía al acelerador. El constante ulular del viento, con una furia inaudita, azotaba al auto en una clara manifestación de poderío hacia el intruso que había osado interponerse en su trayecto. Lía, la conductora, sentía una sensación de libertad incomparable, lejos de las obligaciones diarias, de los hijos adolescentes, casi siempre ausentes y, sobre todo, de su incauto y quejoso marido.
Recordó, con voluptuoso placer, las breves líneas dejadas al esposo en una hoja cuadriculada, adosada con un imán en la puerta de la heladera. Con su pequeña letra, prolija y apurada, como tantas otras veces, había escrito:
“Querido, voy a la casa de mi hermana y regresaré mañana. La comida está en el refrigerador. Cuídate. Un beso. Lía”
Temeraria y, a la vez risueña, observó con el rabillo del ojo a su presuntuoso amante que, plácido, dormitaba recostado en el asiento lindante. Se deleitó, un instante, en la contemplación del perfil varonil que tanto la había subyugado unos años atrás.
Bruscamente, notó que los vidrios polarizados se oscurecían y pasaban del gris esfumado al negro azabache. Todo el parabrisas ennegreció, impidiéndole ver la ruta. Tan solo penetraba un débil haz de luz por la ventanilla del acompañante…
Elevó la cabeza para tratar de entender qué había sucedido y, en esa fracción de segundo, comprendió que su espléndido automóvil estaba comprimido debajo de la cisterna de un gigantesco remolque. La minúscula luminosidad de la abertura languideció y, el aterrador estrépito de una chapa se prensó sobre ella, enclaustrándola dentro del metálico ataúd. Después, un impenetrable silencio se apoderó del horizonte, aquietando al viento.
La sentencia
- Dime Cosme ¿cuál es el animal más feroz de la tierra?
Sin dejar de caminar, su padrino, muy sereno contestó:
- El hombre, Pelagia, el hombre...
Y ella, con su voz infantil, dubitativa, volvió a preguntar:
- ¿Todos son malos?
- Casi todos - respondió Cosme con firmeza.
Con curiosidad, la niña nuevamente inquirió:
- ¿Cómo notas la diferencia entre una persona buena y una mala?
Serio, él sentenció:
- Cuando comes con esa persona una bolsa de sal, quizás dos...
Pelagia pareció muy satisfecha por la contestación y, feliz, se desprendió de la mano protectora y empezó a correr hacia las perfumadas matas de margaritas silvestres hasta perderse de vista.
De La curandera de Ibicuy, Creadores Argentinos, Buenos Aires, 2009
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Creo que la esencia de la vida consiste en ser fiel a lo que uno cree su destino.
Ernesto Sábato
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jueves, 16 de junio de 2011
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VIVIANA,"La Sentencia",hermoso relato,como lo sontodos los del libro "La Curandera de Ibicuy".Congratulaciones,OLGA CUCINOTTA.
ResponderEliminarQuerida Olga:
ResponderEliminarMuchas gracias por tus apreciaciones. Para mí es un honor publicar los textos de esta gran escritora y amiga.
Un saludito cordial
Analía
Considero que las obras de Viviana Walczack son fruto de un trabajo cuidadoso y de una redacción laboriosa que entremezcla la estética de las palabras con la profundidad del contenido y la imaginación del lector que, en todo momento, se apasiona y se entusiasma con cada frase y cada mensaje. La temática elegida es adecuada a una necesidad de expresión alimentada por la sensibilidad de componentes muy personales con cierta impronta de fantasía que eleva el nivel de la narrativa. Es muy recomendable Angel Rodolfo Gasperín (periodista de LT 9 Radio "Brigadier López" de Santa Fe)
ResponderEliminarEstimado Ángel:
ResponderEliminarAgradezco tus apreciaciones acerca de los textos de Viviana, buena escritora y espléndida persona.
Un saludo cordial
Analía
Es un gusto Viviana volver a deleitarme con otros cuentos tuyos
ResponderEliminarUn abrazo
Marcos
Muchas gracias por tu presencia, Marcos.
ResponderEliminarUn saludo cordial
Analía