jueves, 16 de junio de 2011

Marié Rojas Tamayo

-La Habana, Cuba-

Mimosos


…………………all mimsy were the borogoves

…………………The Jabberwocky
…………………Lewis Carroll

- Abuelo, ¿qué criatura es esa que aparece en el cuadro?
- Simpáticos, ¿no es así? Eran nuestras mascotas. Consentidos, limpios, juguetones, muy acomodados a convivir con nosotros...
- ¿Y por qué no he visto ninguno?
- Se extinguieron. No está muy claro en nuestros anales el por qué.
Un día, de pronto, amanecieron muertos. Sin excepción.
- ¡Qué triste!
- De eso hace demasiado tiempo, no te entristezcas. Si te vas a poner así no te traigo más al museo.

- Está bien, dime cómo se llamaban y no tocaré más el tema.
- Como buenas mascotas, cada una llevaba su nombre propio; ahora, si quieres saber el nombre genérico, entre ellos se llamaban: homo sapiens, humanos, personas, gente, individuos, hombres. Nosotros les decíamos los Mimosos, porque se pasaban la vida arrullándose. ¡No sé cómo puede haber teóricos que digan que se exterminaron unos a otros!
- Tampoco lo creo - dijo la joven cucaracha -, en el cuadro se les ve demasiado delicados para ser violentos.


Defensa inapelable

Ray ve a la hermana registrando sus pertenencias y le dice, enojado:
- Sarah, ¡deja en paz mis cosas!
Ella, sin inmutarse, le pregunta:
- ¿Hacen daño?
- No - responde él sin saber a dónde va el diálogo.
- ¿Están vivas?
- ¿Vivas? ¡Claro que no!
- Pues no puedo dejarlas en paz, si no puedo antes declararles la guerra.


La verdad está...

Cuando tenía siete años pasó por su pueblo un circo de poca monta. Desde entonces, se sembró en él la semilla de hacer el amor a una contorsionista coreana; tan fuerte fue la impresión que le causó aquella mujer con agilidad de serpiente. En la adolescencia ya no pedía tanto, se conformaba con que fuera coreana, aunque no fuera “precisamente” contorsionista. Llegó la juventud y sus aspiraciones habían bajado a una mujer de rasgos asiáticos, con tal que supiera moverse un poco y rellenar sus fantasías.
A los treinta, por fin, encontró al amor de su vida. “Si se fijan bien, tiene algo achinados los ojos, no se le nota porque no se quita nunca los espejuelos”, decía a los amigos conocedores de su larga historia en pos de aquel ideal. Nadie vio jamás ni un airecillo del lejano oriente en su esposa; pero la verdad está en el ojo del espectador.
Y él se veía muy feliz.


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La niñez es la etapa en que todos los hombres son creadores.
Juana de Ibarbourou

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