jueves, 16 de junio de 2011

Stella Maris Taboro

-San Jorge, Santa Fe, Argentina-

Sólo por los niños

Es él, el que despierta ternura en los niños, el que con su pompón rojo en la nariz, dibuja un mundo maravilloso en el interior de los niños. Él, que se parece a otros que trabajan en los circos y en alguna calle peatonal. Sí, se parece, dije, pero la historia de Pepín era diferente.
Él había nacido de un sueño.
De un sueño que tenía una larga barba, tan larga que la arrastraba al caminar. Tenía la fortaleza de todas las montañas. Un corazón de oro. Un alma de bondad. Había crecido entre dragones que asustaban con sus estampidos de fuego. Eso fue hasta que pudo escapar del encierro que le impusieron, ayudado por el viento que sopló tan fuerte rompiendo las rejas.
Corrió en libertad, juntó todas las risas de las aves, la alegría de las mariposas y la sonrisa pura de los niños, los colores del arco iris y luego fue buscando la forma de dejar de ser invisible, ya no ser un sueño intangible, impalpable. Su deseo fue tan intenso que de él brotó un ser nuevo, un payaso que debería existir para alegrar y divertir a todos los niños del mundo.


El tiempo de las fresas

La luz caía como puñal desprendido del cielo. La claraboya devoraba la claridad y la ponía delicadamente en la alcoba de Elisa. Ella despertaba de un sueño sin sueños.
Había intentado atrapar la magia del bosque cercano. Buscó más de cien veces conversar con las hadas, con los gnomos y hasta con las luciérnagas antes de dormir. Pero ahora que despertaba a la adolescencia, otras sensaciones le recorrían. Entonces soñaba estando despierta, plasmaba en los espejos frases con perfumes a fresas, aunque a veces asomaban algunas niñerías de su infancia pasada, las sorpresas de las navidades, los cumpleaños cargados de dulzuras, colores, risas y juegos, sus berrinches, los cuentos de la abuela, los consejos de mamá… Todo se mezclaba en ese puente hacia lo desconocido, el ser mujer, tener tacones, como había ensayado con los de mamá. Pintarse los labios, sombrear sus ojos, mirarse mil veces al espejo, ensayar mil firmas y no decidirse por ninguna. Sentirse alegre y a veces melancólica.
Qué extraña situación estaba viviendo, le habían hablado de un príncipe azul, pero a ella le gustaba alguien que nada tenía de azul. Le habían dicho que se trata de la edad del pavo, pero ella se sentía una reina recién nacida o una princesa como la de los cuentos, viviendo en un castillo de ilusiones, de esperanzas, con espejos de ideas cambiantes y sin miedos. Le gustaba revelar en su diario íntimo todo lo que quería y sentía y estaba segura que allí quedaba guardado en secreto, el mayor secreto del mundo. Nadie accedería a esas hojas que en silencio guardaban todo lo que ella vivía en ese, su tiempo de fresas.


El secreto de Laura

Llevó a su bello rostro, la luz mojada de las violetas. Lo hacía desde pequeña. Su abuela le había dicho que así, su piel se volvería cada vez más impecable. Laura era una especie de volcán sexual, por sus movimientos de gacela, por su mirada clara y por su voz cálida y penetrante. No necesitaba empujar sus emociones para que todo su entorno se iluminara. Etérea como la niebla misteriosa vistiendo el paisaje.
Le habían impuesto el matrimonio con alguien muy adinerado.
Cuando se acercaba la fecha, queriendo escapar de esa situación, comenzó a contar su secreto a los almohadones encantados. En la tela que los cubrían parecían que volaban pájaros coloridos, felices en libertad. Dentro de ellos, vivían el dios eros y la diosa venus.
Aunque hablaban lenguas diferentes Laura contó su secreto y ellos le respondieron…
Ya no se preocupó por aquel día señalado. El alma se le llenó de flores blancas y sus palmas se cubrieron de perfumes. Un compás de brisa la protegió.
A la mañana siguiente Laura sintió un placer infinito, las violetas formaban una escalera y comenzó a subir por ella y luego flotando se vistió de blanco. Desde muy arriba y por miles de años, todas las miradas, todos los enamorados, todos los poetas la admiran…


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Quien no aprecia los placeres de la vida no los merece.
Leonardo Da Vinci

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2 comentarios:

  1. Gracias, Analía , por darme un lugarcito en tu sitio

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  2. Aprecio tu crecimiento literario, querida Stella. Gracias.
    Recibí mi cariño
    Analía

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