para la dueña de la olla
Alabada sea la olla
pues en su canto
cabe el de todos nosotros
en este medio mundo proletario
Cuando baila en el fuego
al compás del primer hervor
su aliento nutricio
enardece las sangres
Somos sus hijos
después de todo somos
sus hijos
porque ella es la madre
de la furia del fulgor
del pescado los tallarines
el ponche la mazamorra
o el guiso carrero
Cuando nos vamos
/ y no siempre nos vamos
de la mejor forma o manera /
qué remota queda la olla
qué frío es el mundo
más allá de los elementos
que la concitan
Más allá del recinto de la cocina
donde los astros giran
alrededor de la receta fragante
En las manos sabias
para el aderezo
en la mirada lacrimógena
que piensa mitad en la cebolla
mitad en el hijo que anda lejos
yo encuentro todos los arcanos
Celebro poder decir estas cosas
si las callara mi poesía
no tendría sentido
Viva la olla de los entremeses!
La sacrosanta olla de la ropa sucia!
Viva la olla de mis cuarenta!
Viva la olla de mis cincuenta!
Y la que llega sin remilgos
como el perro fiel de la casa
para que en ella sopemos a la vida
Syrah
para Juan Arturo Barboza
En la bandera de su sombra
se cobija un dios aterciopelado y dadivoso.
Su piel tiene reminiscencias
de la fragancia de la noche
en que Cristo lo probó por última vez.
Nosotros lo resucitamos ahora
como sedientos apóstoles bebedores
que pretenden elevar un cauce
-entre la razón y el delirio-
para la eterna victoria del hombre y del cosmos.
Luis Alberto Taborda
Tinogasta, Catamarca, Argentina
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