jueves, 16 de junio de 2011

Emilio Núñez Ferreiro

-Escritor de Barcelona. Reside en San Antonio de Padua, Buenos Aires, Argentina-

Memoria olfativa


Cuando el cielo de Ituzaingó se viste de gris, a veces sospecho que a la cocina del Geriátrico Martín Rodríguez se le ocurrió invadir al barrio con un aroma que, imagino como a guiso de lentejas. Entonces, mi memoria olfativa se remonta a mis primeros años, cuando mamá, a orillas del Mediterráneo, en la hambreada Barcelona, lo hacía.

Prontos a emigrar a la Argentina, mis manitos de cinco años, por pedido de mamá, comenzaron a elegir las lentejas de ese día: Las buenas a la derecha, las agorgojadas a la izquierda.
Mientras me entretenía, imaginándome que “el ejército de los buenos” iba a poder con “el de los malos”, mamá siguió cosiendo las hombreras que esa tarde iban a venir a retirar.
De pronto, me asombré que, tanto unas como otras caminaban orondas por el papel que las agrupaba sobre la mesa.
-Mira, mamá. -le dije.
Cuando llegó hasta ellas, en tanto que se le anegaban los ojos, tomó con furia el papel y llevándoselas a todas, las depositó en la cacerola que estaba sobre el fuego de la cocina. Luego, con una espumadera, fue quitando la indignidad que flotaba.
-Mamá, papá dice que cuando estemos en Argentina vamos a poder comer de todo y que allí hay “blanco pan”, ¿sí?
-Sí hijito, eso dicen.
-¿Y las lentejas, también tendrán bichitos?
-No, Emilito, espero que no.
-Entonces allí no vas a llorar más, ¿verdad?
-No mi amor, allí no. - y me estrujó contra su pecho.

Un tiempo después, en San Antonio de Padua, mientras un nuevo guiso de lentejas se gestaba sobre el fuego de la cocina económica de una casa prefabricada, llegué de la escuela cargando mi portafolio.
En ese momento, mamá cantaba. Mientras le agregaba pedacitos de panceta, chorizos colorados y carne de paleta, me abracé a ella y le dije que me habían puesto un diez en el dictado. Ella sonrió aún más y hundiendo en el guiso una cuchara, me dio a probar lo que ese día íbamos a comer.

…Y hoy me pregunto: ¿Cuántos abuelos de aquella España de post-guerra habrá, en ese enorme Geriátrico, que cada tanto tienen la suerte de disfrutar de un buen guiso de lentejas?


…...…Publicado en Revista de Arte y Cultura de Merlo, Buenos Aires

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El mundo sólo puede sostenerse en la transparencia de un niño asombrado ante el universo. No se trata de nostalgia por una edad perdida. Es un cotidiano aprendizaje poder renovar esa mirada, encarnando el respeto por la vida que lleva en sí ese descubrimiento.
Alejandro Álvarez Durante


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2 comentarios:

  1. Querido Emilio, su narración me hizo emocionar.El recuerdo de mis abuelos vascos, las penurias en su aldea...el abrazo de esta tierra generosa y nosotros, su descendencia, palpitando en la sangre esa melancolía del desarraigo que siempre veía en ellos.
    Un abrazo
    Bertha Carou

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  2. Querida Bertha:
    Me agrada saber que te llegó el cuento de Emilio, gracias por compartir parte de tu vida.
    Es una linda historia, hay angustia y nostalgia aunque también hay esperanza.
    Mi abrazo
    Analía

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