Mastico un café desangrado,
revuelvo lento su amargura.
Lo estiro en el tiempo
hasta rozar las fotografías
del sol en tus manos mías.
Sorbo la tinta en la taza,
respiro repetidas agonías.
Camino el almanaque
con la misma ansiedad de aquel día
en que las lágrimas eran risas.
Me espío en la concavidad de la cuchara,
abrazo algún milagro
que me envuelva en oropeles
para un último viaje
hacia tus brazos.
Donde algún otro prepare café
y se vista de amargo,
entre almanaques y fotografías.
Donde las lágrimas no sean mías
y de tanto espiarte, te encuentre
tan justa como aquel día.
Pero la noche sigue siendo noche,
aún sin tu compañía.
Y los grillos hipócritas
le cantan al amor y a la vida,
congraciados por la luna,
que te sabe perdida.
Es que el corazón
se volvió infierno
y arrodillada en este entierro,
no soy más que la sombra
de tu muerte madre mía.
Norma Graciela Sánchez
José C. Paz, Buenos Aires, Argentina
Poema en un tono intimista muy sentido. Abrazos.
ResponderEliminarUn poema intenso de soledad, lágrimas y dolor que logró que mi emotividad aflore. Intenso... Gracias Norma, me gustó mucho. Gracias también Anita por acercarlo. Saludos a ambas
ResponderEliminarQueridas Lina, Ana:
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros conceptos.
Mi abrazo y mis mejores deseos
Analía