-Ituzaingó, Buenos
Aires, Argentina-
Las cartas olvidadas
Mary atraviesa la placita con
paso desparejo y torpe mientras atisba el futuro de costado como una yegua
compadrita. Los pibes, bandada de regreso que abandonan con esfuerzo el potrero
y la redonda, la observan desconcertados, como quien busca respuesta en un
reloj detenido en otro tiempo.
Las agitaciones y tormentas de
una empleada postal como Mary pertenecen al pasado reciente, quizás por eso
gruñe un reclamo desafinado por ese pueblo indolente. Ya en la estafeta,
levanta la cortina enmohecida y la reciben afablemente el vaho, la humedad, y
las hilachas de aquellas cartas que nadie leerá.
A Mary la satisface esa melodía
repetida a través del tiempo, y todas las mañanas, ella insiste en danzar al compás
de un acorde quejoso:
- ¿Qué será de mí si nadie
espera una carta? Una carta es una visita inesperada, que uno puede besar,
acariciar o evocar. Ahora todos están con ese correo electrónico, superficial y
rápido.
Alguna vez, un repartidor postal se acercó a Mary pero por culpa del
destino, tan insalvable como imprevisto, lo dejó ir: es que ella fue incapaz de
comprender que ese cartero, tercero involuntario, ya no cargaba de su hombro el
útero desierto con las cartas que muchos dejaron abortar en la madrugada.
Porque del buzón vacío nace una
canción desafinada, Mary baja la cortina mientras entona la última oración…
Prueba de amor
Muy amada Amanda: esperando te encuentres bien, yo me
encuentro triste y solitario en este planeta de nombre difícil. No hallo las
supremas palabras para expresarte el desvelo que me embarga voz de alondra,
nacarada piel, mejillas aterciopeladas cuales pétalos de una rosa, dientes de
perlas, preclara inteligencia y excelsa bondad, los sueños hacen la felicidad y
espero que conserves la fe para cuando me dejen volver, estamos haciendo una
carretera pero no llega hasta nuestro nido en el que pronto estaremos juntos y
podremos amarnos y aunque el fin no justifique los miedos, nuestra juventud que
es la semilla nueva del mañana encontrará esa felicidad cuando ocurran nuestras
próximas nupcias. Dicen estos que me abdujeron porque necesitan albañiles pero
si vos querés te abducen y por tu sincera humildad y tu belleza inconmensurable
y esplendorosa, me atrevería a solicitarte, suplicarte, pedirte esta prueba de
amor, tu Negro Salvador
Una decisión difícil
Hoy Felipe, exultante, salió del
casino y pasó por mi estudio ¡había ganado! y me invitó a cenar en su casa.
Apenas entramos se desató la tragedia.
Anoche, luego que cada uno cerró
su negocio, acompañé a mi amigo Felipe al casino del Barrio de Montecarlo y así
supe que, a veces, cenaba afuera y luego cruzaba la calle hasta la plaza de
enfrente, daba tres o cuatro vueltas alrededor y después se iba a su casa, que
está a una hora de automóvil.
Sé que debo pero no puedo dejar
de mirar la mano de Felipe agarrotada sobre una culata y tampoco me decido a
huir, cómo hizo el amante de su mujer. Ahora me dejo caer en el sillón. No, no
puedo reaccionar, ni siquiera atino a llamar a la ambulancia porque frente a
mí, Felipe dispara sobre su pecho, y se queda mirándome fijamente con los ojos
grandes, como nunca lo he visto porque Felipe, para disimular su miopía, suele
entornar los párpados hasta achicar notablemente los ojos y ahora los tiene muy
abiertos y fijos, fijos en el techo.
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Educar la mente sin educar el corazón, no es educar en
absoluto.
Aristóteles
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Ada, como siempre, excelente.
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Julio
ResponderEliminarSaludos
Analía