sábado, 28 de mayo de 2016

Editorial



revista literaria con voz propia nº 69

                  mayo 2016


                          publicación creada en noviembre de 2006
                             distribución y publicación gratuitas
                                 Inscripción: ISSN 2314-0275




En algún momento de la vida de todo el mundo se apaga el fuego interior. Pero entonces, un encuentro con otro ser humano lo hace estallar en llamas. Todos debemos estar agradecidos a esas personas que reavivan el espíritu interior.
Albert Schweitzer


  
Tú escribes…

Tú escribes para cambiar el mundo, sabiendo
perfectamente bien que probablemente no puedas
hacerlo, pero también sabiendo que la literatura
es indispensable para el mundo … El mundo cambia
de acuerdo a la forma en que la gente lo ve, y
si tú modificas, aunque sea por un milímetro,
el rumbo, la gente lo vería como una realidad;
entonces tú puedes cambiarlo.

James Baldwin (1924-1987)
Poema del libro Harlem: los blues de la historia, de Eduardo Dalter
Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010
Traducción al español: Eduardo Dalter y Nidia Santa Cruz



Sin llaves y a oscuras

Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.

Fabián Casas

  

La gratitud como una disciplina implica una elección consciente. Puedo elegir ser agradecido incluso cuando mis emociones y sentimientos todavía están impregnados de dolor y resentimiento. Es sorprendente la cantidad de veces que puedo optar por la gratitud en lugar de la queja o el lamento.
Henri Nouwen
  

revista literaria con voz propia
ISSN 2314-0275

Edición y dirección: Analía Pascaner
San Fernando del Valle de Catamarca
Catamarca – Argentina

  
Que el sol te traiga nueva energía cada día
Que la luna restaure suavemente tu ser por la noche
Que la lluvia lave tus preocupaciones
Que la brisa sople nuevas fuerzas en tu ser.
Bendición apache


Autores publicados


revista literaria con voz propia nº 69

             - mayo 2016 -
                    
autores publicados en esta edición:  

- Gustavo Vaca Narvaja
- Horacio Pettinicchi
- Carlos Benítez Villodres
- Marianella Sáenz Mora
- Martha Goldin
- Cristina Pizarro
- Maximiliano Sacristán
- Norberto Pannone
- Anabel Vera Suárez
- Lao Paunero
- Norma Dus
- María Negro
- Abel Edgardo Schaller 
- Blanca Salcedo
- Miguel Contreras


revista literaria con voz propia
ISSN 2314-0275

Edición y dirección: Analía Pascaner
San Fernando del Valle de Catamarca
Catamarca – Argentina

Gustavo Vaca Narvaja


         “El tiempo se ha esfumado, reina la eternidad…”
          Baudelaire

“Tiende tu mano y ven”

*
Tiende tu mano y ven
con caricias de armonía
Hay que animarse
a dominar el vuelo
para que en nombre del pudor,
todas las virtudes del alma
tengan la ilusión del inocente

*

Hoy……solo hoy
un acantilado separa el crepúsculo
de mi vuelo, y mi canción
Alguien dijo que el tiempo
me había convertido
en mensajero sin destino
Sin embargo…
en este edén azul, húmedo de mar
de afligida realidad
que nos aleja del “todo”
vive el esfuerzo de mi fantasía

*

Tiende tu mano… y ven
con tus caricias de ternura
a un territorio imaginario
sin contornos; o tal vez,
con cientos de imágenes etéreas
anhelantes, y en esas aguas
de paraíso inundado,
habitado por aves sin alas
bajo la piel de olas caprichosas,
y palabras protegidas de espumas
tengas en la verdad,
el valor de una conquista

*

Abre tus párpados… y ven
con tu mirada deseada, a descubrir
el único enigma indescifrable
cuya profundidad, se baña de mutismo
agraciado y cómplice 
que sorprende con su silencio
contagiado de la experiencia
del sabio…

*

Abre tus brazos… y ven
permite todas las lisonjas
donde el eco, tenga la dualidad
simbólica de
“Pensamiento… o Locura”
Mientras nuestra fantasía,
excava el único capricho imaginado
del misterioso océano
“Su entrega”
como si fuese el equilibrio
buscado del silencio joven,
explorador de historias
o cofre de secretos aturdidos
y tal vez… de eternidades

*

Y aún en el mar…
descansa tu cuerpo exhausto
sobre mis brazos,
cubiertos de suave serenidad blanca
que sosiega cualquier desconcierto
de esta impredecible vida…

*

Y será allí; tal vez,
donde mi voz, seguirá siendo el mensaje
que cruza presto montañas y mares,
sin hundirse en desalientos

*

Tiende tus manos… y ven
Esa esperanza, es una esmeralda
que habita las playas de esa bahía
donde el por-venir; lucha con el por-llegar.

*

Abril 2016


Gustavo Vaca Narvaja
Córdoba, Argentina

Horacio Pettinicchi


Mujer de abril

Mujer de abril quiero vivir mi soledad en vos, sembrarme en tu geografía para volver a nacer, refundar mi vida en él, en tu cuerpo, donde derrotado fui vencedor; donde mi amor conoció el amor hundiéndome en la primavera de tus ojos, flores de abril había en ellos, mariposas de luz me acariciaban. 
Eras muchas mujeres en una sola, y las fui descubriendo, una a una las fui desnudando, con la paciencia que me dio la impaciencia y la pura dulzura que me despertabas, hasta hacerte mujer.
Mujer de abril sos mi epílogo y mi génesis aunque a veces duelas como el aullido de los negros perros en las noches solitarias. Escribo mujer para que no me olvides, desde nuestros ayeres escribo, sin saber si habrá mañana, pero sí un ahora plural y nuestro, un ahora así…toda vestida de luna en nuestras noches de sábanas arrugadas, de amaneceres con tus ojos florecidos en amor y a veces, solo a veces, la escarcha de una lágrima en ellos por este amor rabioso que nos tenemos.-


El río de tu piel

… colgaba de un clavo mi ternura y llevaba mis ausencias a pasear por la vereda, en el damero impar de las baldosas jugaba a la rayuela, soñaba que en ese cielo hecho con tizas de colores me esperabas; andaba como olvidado fumándome la vida en cada pucho; hacia un alto en la cruz de cada esquina y en un violín robado de cuerdas desafinadas, rezaba el himno de la esperanza, te buscaba en las calles, en la vuelta de cada esquina te buscaba, eran días de andar con la utopía a cuesta, de saberme y no, de tenerte y no, una tardanza larga preñada de distancias, eran días de sed, de la necesidad de ahogarme en el río de tu piel; y yo que no tengo nada más que la íntima escritura guardada en el bolsillo izquierdo de mi alma, que no tengo más que decires que voy diciendo, hilachitas que voy urdiendo, la palabra, la mera palabra ya no bastaban.-


Ambos relatos pertenecen a la antología inédita Mariposas de Octubre

Horacio Pettinicchi
Pilar, Buenos Aires, Argentina

Carlos Benítez Villodres


No pongamos distancias…

No pongamos distancias entre los frutos y los besos,
ni entre la tierra buena y las raíces
deseosas de elevarse sobre el mundo
para contemplar la mar.
Ni siquiera entre el verso triste y el alegre.
Las distancias siempre nos acercan la noche
que nunca pudo percibir la sencillez
absoluta de los almendros en flor.
Unamos nuestro sol invisible,
nuestro corazón siempre esperanzado y fecundo,
nuestro verso recién nacido,
nuestra palabra cálida y virginal
a los veneros del alba para libar de ellos luz,
y a los del llanto y las tinieblas
para secarlos desde sus orígenes.
Dejémosle las distancias al tiempo.
Él será quien, sutilmente, las imponga
a su paso tan inexhaustible como disciplinado.

Del libro Sustancia de vida. Ed. Corona del Sur. Málaga, 1998


Y te fuiste para siempre… 

“Señor, no te pregunto por qué te lo has llevado,
 sino que te doy las gracias porque me lo diste”
                                  San Agustín
“Estoy en diálogo con la raíz de mi existencia.
 Estoy conmigo mismo.
 Estoy en la soledad del silencio”
                                 Carlos Benítez Villodres

Y te fuiste para siempre,
como un suspiro sin escolta,
cuando aún aquel septiembre
estaba a medio camino de vida,
según el cálculo monótono del tiempo,
y a un tiro de piedra de un brumoso
otoño con pulpa de calvario
y piel de crisantemo marchito.
Te fuiste ante la grandiosa
luz de la esperanza y la brisa
cálida e inalterable,
fermentada en el amor,
de una mirada de mujer,
como un beso de nubes
allá en el cielo abierto.
A lo lejos, la mar, ya despierta,
murmuraba, con su voz de alas delicadas,
estrofas de eternidad,
que despedían fragancias de misterio.
Y el viento, entre versos entristecidos,
temblaba desolado, salpicando de dolor
a la tierra que a su raíz te llamaba.
Se me agolpan los recuerdos,
como salpicadas de una mar serena,
al saborear los resplandores de tus estrellas
y los frutos preciosos de tus campos
siempre labrados,
y, aunque el destino en su rito
concebido por el mismo aliento de la vida
lo admitimos sin furia, nuestra sangre,
nuestro mundo en continua restauración
no lo entiende, ni sus latidos están capacitados
para descifrar sus signos invisibles.
¿Te fuiste o te llevaron?
Sea lo que sea, duerme, descansa
y aguarda mi llegada.
Hemos de hablar de muchas cosas.

Del libro Réquiem por un hombre bueno. Ed. Algazara. Málaga, 1995


Hijo del riesgo y de la espiga

Vendrá ese instante, desgarradoramente helado
e idéntico a un cauce cubierto de soledades,
con salpicaduras de aguas retorcidas
y oscuras, como cualquier misterio. Y en sus manos
me traerá el barro del escalofrío, para que en sus entrañas
irreductibles incruste mi nube de lirios,
harta de olas en continua
mudanza, bajo la mirada de sus átomos acariciados,
desde siempre, por la noche anónima y sin memoria.
Cerrará sus ojos el miedo, y ante su cuerpo,
sometido a espasmos de suspiros sin alas,
un sueño encantador cubrirá,
con su luz de alba que no vuelve,
la melodía de una brisa desnuda y vibrante
que me abrirá sus puertas de inmediato,
reclamando mis flores, ya marchitas, para elevarlas
más allá de las cumbres de lo azul,
donde el silencio total es amor, y el amor…, delicia
de belleza, tan única en sus latidos, en su forma
y en su grandeza por ser definitiva para los vientos
que desaparecen del pentagrama de las horas. Como
un sauce seco hasta en sus respuestas será el sol,
mi sol, que aún hoy ilumina los páramos de niebla
triste y los paraísos henchidos por las cosechas de la dicha,
por donde vuela de sueño en sueño, de cielo en cielo,
como hijo del riesgo y de la espiga,
de la mano de la razón íntima y profunda,
regidora del aliento del universo,
el cual le da su vieja voz sin refugio,
sus alas nunca jamás cansadas
y su afán por hallar esa sonrisa, ese beso que sostiene
cada momento de vida, mientras crea
versos con sustancia de auroras jóvenes
sobre la siempre pisoteada tierra de lo efímero.

Del libro A galope. Ed. Corona del Sur. Málaga, 2000


Carlos Benítez Villodres
Málaga, España

Marianella Sáenz Mora


Redención del tacto

       amo los cuerpos donde el sudor y el tiempo echan raíces
                              Jorge Riechmann

Absuelta de mi pecado en tu piel
me perdono
y acepto que también mi piel
es el pergamino grabado del pretérito,
y que uno de sus bordes
aún está en blanco.

Mi autoconfianza macerada
e imperceptible al mundo,
se va recuperando al paso de tus labios
y voy resucitando ese deseo erótico
donde renazco
mientras tu tacto me desmiente
cuando creo que soy otra.


Remisión

                ausencia de actividad de una enfermedad

Día a día ganado,
la semana del mes, del año,  
que se sigue uno a uno
como páginas de un calendario
suspendidas en un limbo irónico de tiempo.

Ir descubriendo los cambios
sin aceptar algunos,
beber del cóctel agridulce del agradecimiento
con resignación a diario,
cansada de la autopercepción barata
de los libros de motivación,
de las palabras de aliento triviales y huecas,
de la curiosidad disfrazada de interés,
de vivir la irrealidad con la que un padecimiento
es absorbido por la cotidianidad,
hasta volverlo algo trivial para los otros,
desprovisto del Getsemaní sucesivo y prolongado,
de estos mil ochocientos veinticinco días
en los que solo esperas terminar “de alta”.


Del libro de la autora: Migración a la esperanza

Marianella Sáenz Mora
San José, Costa Rica

Martha Goldin


Volver a casa 

Volví. Como se vuelve luego de un tiempo infinito. Volví.
Abrí con la vieja llave la puerta. El silencio me invadió. Sabía que sería así. Pero no me importaba.
Volví. El patio estaba florecido, con sus malvones y jazmines.
Se oían murmullos. Reconocí tu querida voz, mamá. Era tan hermoso escucharte. Y la de papá, la dulce voz de papá. Hablaban con mi hermano, medias caídas y pelota en la mano. 
Me saludaron con el cariño de siempre, como si nada hubiera pasado.
Como si el tiempo no hubiera pasado. 
Comí con ellos, reí con ellos. 
Al pasar frente al espejo me miré. Y cerré fuerte los ojos.
¿Para qué hacerme preguntas?


Agonía

Cuando se despertó estaba sola. Un ligero martilleo la tormentaba. Desesperada buscó imágenes en su interior. Sólo vacío. Entonces ¿era débil, vulnerable?
¿Qué valor tiene un cuerpo incapaz de recordar? En un gesto final intentó escuchar las voces que le venían de lejos. Una le resultó familiar. 
De pronto el calor de manos conocidas. Por un instante creyó que retornaba, alegremente, la memoria.
Habrá que desconectarla. La sentencia le llegó distante. Y obedeciendo una orden casi divina, se apagó.
Acaba de llamar Ángel, comentó la mujer a su marido, dice que se puede colocar otro disco rígido a la compu.


Ema quiere ver a la luna

Ema es una nena de rizos blancos y radiantes ojos azules. En la plaza ve a las palomas, juega con otros chicos, sube al pequeño tobogán y se lanza volando. Con el balde y la pala arma pequeños montículos que desarma riendo. Al anochecer, mientras se hamaca, mira sonriente el cielo y busca a la luna. Pero a veces no hay luna. Entonces la bella dice preocupada
-No tá, no tá- y su carita se pone seria. La abuela le dice que a veces la luna se duerme encima de una nube y que ya despertará
-No tá, no tá- insiste Ema 
No debe la luna ser perezosa cuando la espera una nena porque hay sonrisas que no deben borrarse nunca
Ni siquiera a la espera de la luna.

a Ema

*  *  *

Esa luna, allá arriba, tan redonda. Sólo en una noche así era posible lo imposible.
No debió ser fácil atravesar las sombras, burlar al tiempo y ser de nuevo.
Me abrazaba tan fuerte y feliz que el presente se borró.
Quieta, muy quieta, cuando llegó el momento, ya niña, me fui con ella.

a mi madre

*  *  *

La vuelta 

El sol cae a pique y el asfalto arde.
La mirada de ella se detiene en la baldosa floja, recorre la calle solitaria, el ramaje de los árboles, sus copas sedosas. Como mareada aspira el aire que su piel reconoce. Mi ciudad, dice. Y sonríe.
Liliana y Cristina vienen hacia mí. Tenemos nueve años y un montón de tareas.
Yo acomodo mi maleta de escuela en el hombro, les digo voy con ustedes. Me miran asombradas, piensan, no sé, que de pronto crecí, que no soy quien soy, esta niña con lágrimas, las lágrimas no dejan de caer porque mis amigas no me reconocen, siguen saltando la cuerda, mientras yo, desconcertada, retrocedo hacia la puerta de mi casa, de espaldas busco el picaporte, lo oprimo, sigo retrocediendo en la frescura insólita del zaguán, el olor a jazmines me inunda, toda la casa es un jazmín que me recibe, y me arrojo en brazos de mamá, venga mi nena ¿qué le pasa? y quiero contarle, explicarle todo, pero soy esta bebita rubia de un año y apenas sé balbucear, y mamá me saca de la cuna y me aprieta contra su pecho mientras bajo del avión en Ezeiza, con mis dos hijos de la mano, tras nueve años de exilio. Miro mi ciudad.
El sol cae a pique y el asfalto arde.


Martha Goldin
Buenos Aires, Argentina

Cristina Pizarro


Interiores

Aferrada a mi sombra, como el árbol a la tierra,
miro el eco de los ojos que devoran la esperanza,
escucho voces
que resuenan
en el piano de mi infancia.

¿Por qué el hombre explora y conquista el espacio,
como el ave que busca la presa para sobrevivir?

Y mientras respondes,
va huyendo el día, que envuelto en gotas,
resbala tímidamente, entre los dedos codiciosos.

Y quieto mi cuerpo, en la pesadilla de la orfandad,
recupera el instante de luz,
y se contagia del poder crepuscular de la palabra,
aliento sutil convertido en magia,
herida en la agonía inexistente,
rasgada por caminos
de venganza.

Erguida en la sombra del poder, como la espina en una rama,
siento el dolor de la ausencia
en el hueso quebrado.

Y en el andar de las calles largas,
se van trazando líneas que multiplican la soledad.


Vía láctea

Más allá de las montañas ofuscadas
aquel caminar incierto me sedujo hacia la morada eterna.

Atravesando sin recelo
campiñas virtuosas
vi siluetas de piedra presumiendo en los aleros.
Pero mis pisadas imperecederas
exhumaron desolados hospitales.

El río del cielo dignificó el camino de los pájaros.
Allí las nubes se encaramaron en las ramas del árbol
Y las huellas exploradas por los peregrinos
se alzaron al País de los Muertos.


Seré

Busco el elogio de la lámpara
cuando veo el día.
Abrazo los perfumes del incienso
en aquel viejo cofre donde sueñan los fetiches.
Miro los papeles escritos en la piedra
desde un amanecer
desde la pasión de mi cuerpo
que corteja las calles escarpadas.

En las torres erguidas
germinan las simientes de nuestra morada.

Por qué no creías en aquellos árboles con diademas.

No los abandonaré.
No tengan miedo.

Con los brazos del tiempo
estaré en la tierra prometida
y el mar me dará su éxtasis.

Seré la que oyó la música con el bosque.


El cazador

El cazador persigue el rastro de los pasos.
Desea unir el espacio y el tiempo.
En su danza circular se transforma en otro.
Cuando el rostro enmascarado se encandila,
su goce seduce a la lluvia.
 
Después del diluvio
flores de oro
fecundarán la tierra.

En el advenimiento al reino
contempla la aparición
del ser amado
como un girasol inmortal.


Cristina Pizarro
Buenos Aires, Argentina

Maximiliano Sacristán


El aguafiestas

Abuela regaba las plantas del jardincito del frente,
era verano, hacía calor y nosotros (mi hermano,
un vecino y yo) jugábamos a que no nos mojaba.
La abuela se olvidaba de a ratos
de las alegrías del hogar, para
dirigirnos un chorro traicionero
cuando nos encontraba distraídos.
En eso estacionó un auto y bajó
cierto burócrata que decía responder
a la municipalidad. Anotició a mi abuela
que le haría una multa porque mientras
ella jugaba al carnaval con sus nietos,
en el centro los vecinos estaban sin agua.
Nosotros teníamos agua de pozo, es decir,
la casa se alimentaba no de la red
sino de una napa subterránea
extraída a fuerza de motor.
Pero abuela, cohibida, aceptó la multa
y claro, el entretenimiento carnavalesco
se acabó allí mismo.


Precauciones

Cierta tarde
estando en el patio
sin nada con que entretenerme
noté que sobre el borde
del tapial de la medianera
había pedazos de vidrios de botellas
incrustados de punta.
No pensé “para qué estarán”,
pensé: “el que lo trepe se va a lastimar”.
Agarré una escoba, y con el palo
traté de quitar la amenaza filosa.
Abuela me vio y me explicó:
“Ladrones. Gente mala. Ser precavidos”.
No entendí: seguí pensando
cuánto daño le haría
a quien sea.


I (Temprano, al despertar)

Hay un procedimiento y un proceder
ciertas reglas lúdicas mas no lúcidas
para practicar el Juego que juego.
Es mi Juego. Yo soy el Jugador.
Esta mañana ni bien desperté,
mi primer pensamiento fue para Él.
Me dije ya no queda mucho tiempo
es mejor que explique sus entrañas
los flujos invisibles que lo atraviesan.
Ya es hora, recuerdo que pensé
estando en decúbito supino:
es hora de volver exotérico lo esotérico.


II (A eso de las once, cuando en otoño el sol divide en dos mitades exactas el rectángulo del patio)

Hay una luz que viene del jardín
y me anega por fuera
pero la negrura de la mente se resiste
a expeler en un discurso
“coherente y cohesivo” como me
enseñaron en la escuela
las reglas del Juego que juego
sin necesitar describírmelo
a mí mismo pues de alguna manera sé
qué es cómo se alimenta cuánto vale.
Podría comenzar enumerando sus
componentes como si las partes
delicadamente membretadas
sobre la mesa de disección
formaran un todo
como el que captura el misterio
de un koan apenas
terminó de decirse.
Pero algo puedo articular:
El Juego es su narración
y quien narra crea de la nada
juega el juego de las combinatorias.


Poemas del libro del autor: El arte de nanar. Poesía, Buenos Aires, 2015

Maximiliano Sacristán
Luján, Buenos Aires, Argentina

Norberto Pannone


Espantapájaros

   Estaba hastiado, descorazonado, cansado. Era la segunda vez que le robaban la bicicleta y, como una burla a su destino, le habían dejado en el lugar una vieja bicicleta hecha pedazos. Para colmo de males, no sabía si don Carlos lo sacaría a patadas cuando le fuera con el cuento. Todavía le debía seis cuotas de un total de nueve; tres por la que le habían robado el mes anterior y seis de la de ahora.
   Comprar otra contante y sonante, ni en sueños, además, de conseguir el dinero, tendría que pagar también la deuda primera. Era lógico. Hablaría con don Carlos y le explicaría el problema. Necesitaba otra bicicleta sí o sí. Seguro que aquel buen hombre lo comprendería y le vendería otra con algo más de plazo. Así que, entre rezongos y amargura la emprendió hasta el negocio de don Carlos. Caminaba cabizbajo, triste y malhumorado; por esa causa, no se percató de la presencia de aquel hombre alto, calvo y de ojos verdes que lo estaba observando desde la vereda. Sólo se dio cuenta de su presencia cuando este lo llamó por su nombre:
   -¡Agustín! -Volvió la cabeza al oír su nombre y entonces vio a aquel hombre alto, calvo y de ojos verdes.
   -¿A mí me habla? –preguntó Agustín al ver al desconocido.
   -Si, a usted. Tengo algo para darle, venga.
   Agustín siguió al extraño hasta una camioneta de color gris con cúpula de aluminio. El hombre abrió la puerta trasera y extrajo de allí un muñeco articulado hecho de metal y pintado de negro.
   -Tome -le dijo- póngale algunas ropas y se convertirá en un espantapájaros, sólo que, no ahuyentará a las aves, sino a los “Pájaros de cuentas”… Malhechores… Delincuentes. Gente de la peor ralea… Es muy efectivo.
   -¿Cómo sabe usted que yo necesito eso?
   -En el lugar de donde vengo se saben muchas cosas. Pero eso no es importante.
   El hombre cerró la puerta de la camioneta, estrechó la mano de Agustín, puso en marcha el motor del vehículo y se alejó de prisa.
   Agustín recorrió las veinte cuadras que lo separaban del negocio de don Carlos con el muñeco al hombro. Durante el trayecto oyó y tuvo que soportar las ojeadas y las muecas risueñas y socarronas de los transeúntes que lo miraban pasar. Don Carlos lo recibió muy extrañado.
   -Me lo regalaron, dijo Agustín a modo de disculpa al ver la mirada inquisidora del vendedor de bicicletas.
   Don Carlos era un hombre honesto y comprendió la situación de Agustín, de manera que, este, volvió a su casa con un flamante biciclo, cargando el muñeco sobre el manubrio del mismo. Al llegar, introdujo de inmediato en la casa al muñeco, ocultándolo de las miradas del curioso vecindario. Una vez dentro de la casa, procedió a vestirlo con un viejo traje azul. Le puso una gorra de viseras y unos gastados zapatos de color negro que ya estaba por tirar a la basura, así, el espantapájaros quedó listo para sus tareas de vigilancia nocturna. Agustín, esa noche descansó plácidamente, con el sueño feliz de los honestos y con la seguridad de sentirse protegido por aquel guardián inanimado… ¿Inanimado…? De pronto, esa palabra cobró fuerzas y Agustín se sentó en la cama diciéndose a sí mismo: “¡Me estoy volviendo loco o más estúpido! ¿Cómo puede un muñeco de metal evitar que me roben?” tuvo la intensión de abrir la puerta, de salir afuera, de entrar la bicicleta a la casa y arrojar aquel muñeco al basurero pero, enseguida, desistió de la idea. Algo en su interior le decía que debía esperar y confiar. Al fin, se durmió.
   El lejano canto de un gallo, lo sacó de su mundo onírico y se apresuró a abrir la puerta… Apenas estaba amaneciendo. Una angustia atroz lo ahogaba. ¿Estaría allí su bicicleta? Lleno de dudas abrió con decisión y allí, bajo la luz del farol que alumbraba la entrada, destellaba incólume su bicicleta nueva. Unos metros más adelante, estaba el muñeco aquel, firme como un granadero, cumpliendo su tarea de espantar a los malandrines. Agustín lo cargó sobre su hombro derecho y lo trasladó hasta el galpón que había en el fondo de la casa. Hasta le agradeció su inmune faena de vigilante. Apagó la luz y entró. Las primeras luces de la mañana anunciaban un esplendoroso día y las horas posteriores habrían de confirmar una jornada esplendente. La primavera ya estaba cerca y Agustín se sentía feliz de haber aceptado aquel muñeco.
   La noche siguiente transcurrió con la misma rutina: depositó la bicicleta debajo del farol del porche, dejó el espantapájaros en el mismo lugar y se retiró a dormir confiado en que nada le podría ocurrir a su biciclo… ¿Confiado…? ¡No tanto! Se despertó un par de veces, y en la última, agudizó su oído. Le había parecido escuchar algunos pasos que resonaban en la entrada de la casa. Se tranquilizó al pensar que sería alguien que transitaba por la vereda. Al fin… el sueño lo venció.  
Despertó cuando ya estaba aclarando. Salió apresuradamente y, como en la mañana anterior, allí estaba su bicicleta bajo la luz del farol. Recogió al espantapájaros y lo guardó en el galpón.
Agustín realizaba estos cuidados casi como en un ritual. De este modo, pasaron dos, tres, seis… nueve semanas y tres días.
A los tres días de lo que debería ser la décima semana, cuando faltaban pocos minutos para el amanecer, Agustín abrió la puerta y miró hacia donde debería estar su rodado… ¡Sus ojos se abrieron con incredulidad! ¡Su bicicleta nueva no estaba allí! Corrió hacia la entrada y cuando llegó hasta el portón, divisó la bicicleta en el suelo, a un hombre caído y al espantapájaros arrodillado junto al ladrón. Cuando se acercó un poco más pudo ver que el muñeco de metal tenía aferrado al delincuente por el cuello y lo había estrangulado. Con gran esfuerzo consiguió apartar los dedos metálicos del espantapájaros del cuello del ladrón, pero, enseguida, comprendió que debía dejar todo como estaba. Llamó a la policía y pocos minutos después fue llevado detenido.
Toda la investigación desembocó en un rápido juicio donde fue condenado a prisión por homicidio simple. Tres meses después, moría en una reyerta con otros presos en la unidad 13 de la cárcel de Junín. Nunca se supo quién lo había asesinado.

Su sobrino Esteban, vino a vivir a la casa y decidió realizar una gran limpieza sacando al basurero diversas cosas que estimó inútiles. Entre ellas: el espantapájaros.
Mucho tiempo después, aún recordaría un acontecimiento que le había llamado poderosamente la atención:
Cuando estaba sacando aquellas porquerías al basurero, había visto detenerse frente a la casa una camioneta gris con cúpula de aluminio y descender de la misma a un hombre alto, calvo y de ojos verdes quien le pidió, con mal disimulada avidez, el muñeco. Gustosamente, él se lo había regalado. Pero, lo que más había atraído su atención era el apuro con que el extraño personaje había abierto la puerta trasera de la camioneta y como, con exagerada diligencia, y al amparo de furtivas miradas, había cargado al espantapájaros, mientras murmuraba algo acerca de unos malhechores…

Del libro del autor: Cuentos de barrio 

Norberto Pannone
Junín, Buenos Aires, Argentina

Anabel Vera Suárez


Un lugar escondido

El lugar donde no salgo el amor no entra
Del otro lado celebran la primera
prueba del beso.
Abro la ventanilla, el agua corre sin ser vista.

Hay una lista de amores
haciéndome feliz.
Busco la salida y agregarle el último nombre
miro dentro del espejo, corre tan rápido
el rostro que me previene
del encierro.


Camisa nueva para mi jefe nuevo

Detrás de tus ojos llenos de malicia, bocas inocentes piden ayuda.
Detrás de tus manos insaciables, los preclaros sobre los muros
reclaman las sobras cuando retiras la mesa.
La fila se hace enorme después de conocerte
porque visitas los lugares dispuestos a tu forma
y vuelves a caerte donde te sientas todo el día
y violas la joven inocente, la prostituta, la que trabaja todo el santo día
y ve tu cara brillante, cerca de su cara sedienta de venganza.
Detrás, está la película hecha regalo, un personaje indestructible.
Ahí guardas los paquetes limpios, recoges las ganancias
después de haber observado el escape de veinte balas.
Detrás de los santos cuadros, esperas restregarte con los otros
hombres iguales a tu forma, sexo y sociedad, lema detrás de la tribuna.
Detrás de tu cuerpo hay miles de cuerpos esperando la salida
sacar las pistolas adornadas, y luego cambiarse la camisa.


Amor de rosa en verso triste

Amor de rosa en verso triste
disecado como el insecto
que espera ser cargado por las hormigas.
Te arrastras por la esquina última del piso
casi rozando la calle.

Amor, eres esta juventud perdida,
memoria hecha vista hacia lo lejos.
¿Te acuerdas de la forma que tomaste?
Casi podías volar como alondra en mis mejillas.

Amor si tu cuerda aun sonara
cuánto me costaría ahora pedirte
sentada frente a estas rosas
me tomaras por sorpresa.

Ya levantando mis pies en el aire
un pétalo blanco cae,
miles de pétalos le siguen
y la rosa triste se guarda
detrás de las paredes.


Con tus manos

                         A Marco. Por estar más allá de mi ser.

Dentro del pecho la llama sale en busca del beso,
El beso ausente que lleva el aliento
A rendirse en los recuerdos de tus labios.
Dentro de mí circunda la vida, lleva coraje
Lleva tus manos y aquel espíritu salvaje que aprendí
A descubrir fuera de las calles.
Dentro de mí me nacen alas, alas que tiemblan
Como si el frío nocturno quisiera robármelas.
Dentro de mí se esconde tu amor hecho luz,
Anda suelto sin reconocerse, como el ave desprendida
Que está en la piedra y teme lanzarse sobre el barranco.
Dentro de mí está tu calma hecha cuerdas
Como un colibrí que canta y canta esta mañana.


Anabel Vera Suárez
Cuba

Lao Paunero


Actitud

El solo hecho
de que escuches sin hablar
me edifica

unifica
nuestros espíritus
en uno como ninguno

El simple acto
de que me veas
me recrea

El hecho de estar
los dos juntos  y mirarnos
encontrarnos  y sentirnos
sin hablarnos

atrapados
por pequeñas cosas
divertidas

es la vida
bien vivida
entretenida

entre vos y yo
hay un acuerdo sin palabras
que ha hecho
con el tiempo entendernos

por la actitud
simplemente de querernos


Aire triunfal

habrá olas solas
y oleadas agrupadas

qué maravilla la orilla
intrigante de la vida
esperada inesperada

sorprendente sorprendida
en el caminar de los días
será mucha la marea 
que la vida recrea

que va viene y entretiene
lleva entre sus planes
sorpresas con represas
que no la dejan avanzar

reprendidos los castigos
desconformes enemigos
que se cruzan y entrecruzan
en el andar del buen andante

que sanamente quiere sanar
lo que el enfermo ha enfermado
por ser bueno por ser simple
hay escollos en la escollera

solitario caminante
con espíritu triunfante
triunfará en un instante
sobre el tiempo rebosante


Lao Paunero
La Plata, Buenos Aires, Argentina