domingo, 14 de diciembre de 2014

Eduardo Coiro

*  *  *

Se desnudan. Ella apoya su espalda contra el respaldo de la cama. Abre sus piernas. 
Deja sus piernas dobladas, las rodillas quedan como una cima curva y perfecta. Un haz de luz que se filtra por los postigos entornados les da un aspecto irreal. Son la superficie de un planeta mágico.
Ella Desnuda. Con sus piernas abiertas y el sexo expuesto, recibe al hombre.
El hombre apoya su espalda en los pezones que chispean a la altura de los pulmones.
Ella lo contiene en sillón de mullida ternura humana. Abre un libro, recorre en silencio las páginas. 
Cada vuelta de hoja genera una brisa o un huracán en la piel.
Él se concentra en la respiración. Los pulmones son una caja perfecta de resonancia. Siente al latido del corazón de ella como doble latido del propio corazón.

Ella comienza a leer.
Su voz se eleva en catedrales.
En su voz que eleva en catedrales hay un eco de otra voz dormida. 
El hombre cierra los ojos. No está del todo allí.
Hay una niña que canta en latín. Cuando su voz vuela, se despega del coro y los fieles se giran, dejan de ver hacia el púlpito y buscan el origen a ese desgarro del aire que llega a los oídos.
Afuera, probablemente está nevando, el reloj de la iglesia está congelado como en una postal sepia a las 10 y 5 minutos de una mañana de domingo. Los tejados rojos cubiertos en algodones de nieve. El río D'Orba hace espuma al chocar contra los pilotes del puente de hierro y madera, y más allá el horizonte se eleva como en una visión de piernas que culminan en cimas nevadas de luz matinal.
El hombre, que se elevó lejos lejos para recuperar el canto de su abuela, ahora vuelve para sentir un cielopiel al presente de sus manos.


Pedacitos en viaje…

Cerca de la estación de trenes, en terrenos aledaños a las vías alguien guarda un barco tapado por partes con nylon, es del tamaño de un bote de los que utilizan pescadores artesanales que salen a alta mar. Cada vez que paso rumbo a la estación del tren lo veo. Trato de imaginar cómo llegó hasta ahí.
Cada vez que paso y veo ese barco me encuentro con la misma perplejidad de cuando trato de explicarme cómo llegué hasta aquí, desde que naufragio, intentando vivir.

*  *  *

Es la medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.
Afuera hay luna plena y un cielo estrellado que ilumina el interior del vagón, dibuja formas extrañas según ingresan las sombras de los árboles altos que bordean cada tanto el recorrido. El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual. Encuentra una frase que lo sacude: “La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre”.
Piensa en su padre, nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. Ese sueño que lo sacudió ya anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada para evitarlo. Así se despertó, de esa cara de espanto de su padre, el hombre no se olvida. Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres con sus hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no lo deja dormir.
En los sueños de muchos hay aullidos.

*  *  *

Dos novios se dan un beso en el andén. La chica sube al tren.
Beatriz vuelve a decirle "cuando la gente se quiere ver, se ve".
Fue la despedida y ocurrió cuando ese hombre que mira era un adolescente de la edad del chico que quedó allí, parado en el andén, viéndola partir.

*  *  *

Después de kilómetros de viaje, con su nariz cerrada por el resfrío, el hombre percibe como se abre paso lentamente un aroma a sopa de vegetales.  
Un olor a hogar inunda el aire quieto de su habitación.
Ahora puede respirar bastante mejor que en los días anteriores. Se abren sus sentidos. Ese gusto a sopa le trae la voz lejana de su compañera cantando en la cocina…

“Who can buy this wonderfull morning?”
“Who can buy this morning to me?”

Desde su voz vuelve a oír el ritmo espontáneo del cuchillo cortando sobre la tabla de madera.
Pedacitos y pedacitos que fueron aroma y alimento.
Con la cama bañada en sol, el hombre abre sus pulmones y los llena del aire a sopa que flota en la habitación…

“Who can buy this wonderfull morning?”
“Who can buy this morning to me?”

Tiene razón. Nadie puede comprarle esta maravillosa mañana, cuando recibió como un golpe benigno del recuerdo ese aroma y esa voz.

*  *  *

En el cajón de las fotos sin presente hay una carta escrita a letra cursiva en italiano sobre el papel liviano que se usaba para correo internacional. Pudo traducir apenas el núcleo del mensaje “murió nuestra princesa” pues está ilegible por partes. ¿Salió llorada desde Paterno Di Lucania? ¿Su padre la lloró al recibirla?


Textos tomados de Inventiva Social, publicación editada y dirigida por Eduardo Coiro, Buenos Aires, Argentina
http://www.inventivasocial.blogspot.com

Eduardo Coiro
Temperley, Buenos Aires, Argentina

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