martes, 26 de agosto de 2014

Yolanda García Pérez

La cacerola

-Nadie se acuerda de ti.
La niña tenía unos doce años, pero aparentaba unos dieciséis. El color de sus ojos era idéntico al de su pelo: los mismos reflejos caoba, los mismos cobrizos brillantes. Su piel, obscuramente cetrina, adquiría los dorados de su vello a la fuerte luz del sol. Era algo raro verla, tan adultamente serena, tan inocentemente abstraída. Cualquier detalle del paisaje había merecido la infinidad de su atención: un árbol, una roca, un pájaro o la inmensidad del amanecer. Toda la mañana, en retroactivo, se mantenía viva en su imaginación. Sin embargo había algo en ese objeto que tenía ese no sé qué de las cosas prohibidas, de la magia del casi olvido, de las costumbres arcaicas.
-Ya estoy aquí, por fin he llegado hasta ti. Te miro y recuerdo las cosas que me han contado de este lugar. Recuerdo que es la sequía de tanto tiempo la que me ha permitido redescubrirte después de casi un siglo. ¡Un siglo! Un siglo esperando las manos, un siglo el que me ha estado llamando, solemnemente, sin pausa, desde que llegué aquí. O así lo quiero imaginar. Desde la tienda de campaña podía ya presentirte; quizás algunos digan que son mis deseos los que me hacen darte esta dimensión, pero lo cierto es que esta dimensión existe; aunque sólo sea en mi cabeza. Quedas en el límite que ha sido impuesto a mis excursiones, estás al borde del abismo de lo inescrutable; tu ser ha sido conformado en mi imaginación antes de verte, en esas ruinas, las ruinas de esta ¿casa?, casa de insectos, casa de zarzamoras, casa de las botellas de plástico vacías, casa de hadas, casa de duendes, casa de ruinas de piedras caídas. ¿Y yo? ¿Que hago aquí? Me pregunto cuál puede ser nuestro destino, una vez nos hemos descubierto.
-No ha sido fácil deshacerme de las miradas de mi madre, no ha sido fácil meterme hasta la cocina de esta tu casa. Y la rueda del destino quiso que te viera, que me preguntase por tu vida, hace tanto tiempo reposada. Si tuvieses vida ¿qué podrías contarme? Las marcas de los pensamientos de tu dueña grabados a fuerza de arañazos en la superficie de tus cocinas. La complicidad de sus pensamientos, sólo para ti; de tantas horas de trabajo para el hombre, los hombres; ganaderos, por las murallitas de piedras que ahora sobresalen del agua del pantano.
-Hace un siglo: Un poco de pimienta, buena para… Que no falte el romero, el tomillo, la sal y el ajo, quizás la cebolla. Y para los niños los purés, las sopas. Toda una vida de trabajo, de la que te muestras orgullosamente cómplice a pesar de tanto tiempo. Siento que me has llamado, pero…¿Acaso no sabes que la vida ha cambiado?
-Yo sólo puedo darte la magia de mis sueños. Sólo puedo usarte para mezclar mi arcilla y los huesos del pollo; o puedo dejarte aquí, más tapada aún, para que te coja alguien mejor que yo, dentro de otro siglo quizás. Lo más probable es que el año que viene vuelvas a sumergirte en ese olvido, dentro de las aguas del misterio.
-¿Qué haces Luisa?
-Nada mamá, sólo encontré una cacerola.
-Tienes que hacer los deberes.
La niña adolescente corre hacia la fría llamada de su madre, hacia el deber, hacia el trabajo; pero, un instante más, se da la vuelta, observa la casa encantada, y un guiño, con aquella mujer tan poco ilustrada, la hace correr, ahora con ganas. Está creciendo.


Texto extraído de Relatos de la cacerola, un libro de relatos intensos donde el lector se enfrenta a una realidad dura, a través de diez historias rebeldes, que la agitan y perturban, incrustándose en su fantasía.
Relatos de la cacerola. Editorial Literanda, 2012. Colección Literanda Narrativa


Yolanda García Pérez. Reside en Madrid, España


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Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros y el mundo vivirá como uno solo.
John Lennon
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