viernes, 4 de abril de 2014

Francisco Romano Pérez


Era sabio. Quiso revolucionar el sentido de la luz. Escondió su sombra.
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Abandonado por los sueños miró el relámpago. Entonces comprendió el fuego de la lluvia.
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Dejó la tarde para ir hacia el abrazo. No resistió tanto derrumbe. Retraído, recogió su última lágrima.
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Amor, dijo, y la sed lo turbó hasta el asombro del dolor y el silencio lo atravesó hasta la pena.
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En un rincón oscuro guardaba, un momento de su historia. Hoy, lo encontró, amarillo, quebradizo. Lo acarició con una lágrima. Se fue sin decirle nada.
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Estaba frente al espejo. No podía comprender la presencia de ese rostro. Siempre recurrente, decidió ponerle fin. Paradójicamente hoy, el silencio, le aparece con el mismo, intenso rostro.
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Con la brisa rozándole la piel, percibió aquel particular e intenso aroma. En su excitación extrema dio un salto. Desde mi ventana observo como rescatan un cuerpo del hueco de la calle.
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Esa noche no llegó el sueño. Esperando el alba presintió que la cama grande estaría vacía. Siempre.
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Sin pausas escuchaba la mirada que le suplicaba el regreso. Él, sigue el andar sin volver sus pasos. Se encuentra con la noche y la noche, es un péndulo que resbala en la niebla.
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Aún siente en sus manos, aquella abrasadora caricia. Su ayer, es un misterio sin distancias.
Se detiene justo en la puerta del cansancio. Piensa y murmura: ahora, dónde he de buscarte si la lluvia, sepultó tu rastro.
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Tanto mar para la nostalgia de la tarde, exclama y se lamenta; desnudando el silencio, corre con un preludio de poemas en sus manos y sueña que pudo agrietar el cielo.
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Incesantemente se aleja de la trama y desea afrontar el paisaje de aquello que ya no será mientras, contempla como a su alrededor, danzan implacables, las horas de su tiempo.
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Con el mayor cuidado, como en un ritual, había llenado el cuarto con sus flores preferidas. Tranquilo y convencido se dijo a sí mismo: los aromas y los colores no me dejarán solo en este viaje. Se encerró en su cuarto y decidió partir.
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El hombre le prometió que volvería cerca del amanecer. Tímidamente, el sol dispersaba su rojo velo sobre la soledad de la casa. Cuando parecía que todo sería como siempre, entre sueños, abrió la puerta de su alcoba. Sólo pudo contemplar la imagen de la promesa y, tratando de contener la lágrima que le empujaba el ojo, se hundió en aquel rojo velo.
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Seda, manzanas, tu piel. Tu cuerpo, brote de fuego.


Textos tomados de la publicación Hoja de palabras, editada por el autor desde Ledesma, Jujuy.


Francisco Romano Pérez. Ledesma, Jujuy, Argentina


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Y yo respiro, y ando, y caigo, y giro y vuelvo a ver los árboles sedientos y los pájaros disparados en la embriaguez de la música del viento y estoy inmóvil y absorto y maravillado de un día más en el pecho ardiendo.
César Brañas
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