viernes, 4 de abril de 2014

Esther González Sánchez

Madre

Nací el día de un año que yo quise. Podría haber sido antes, pero decidí esperar el calor de tu alborada y fue mi primer batalla ganada al tiempo, el instante en que me uní a ti en anunciado susurro.

Recuerdo que ya entonces ensayaba mis primeros aleteos y si al descuido rozaba tu vientre abullonado, por su periferia, repartías dulce y cóncavo el tacto de los dioses entre dedos que escalaban mis pies diminutos y te hacían dueña de su espacio unos instantes, para insinuarme que ansiabas seguir siempre a mi lado.

¡Tantas veces conocí el gesto de tus manos sin aristas!

¡Qué murmullo de pájaros en vuelo me ganaba!

Disfruté de tus cuidados y tu empeño por mi peso ingrávido y ligero. Y a pesar de todo deseaba nacer. Quería conocerte y alcanzar el acólito sitial de tu sonrisa y así fue mi primer llanto un himno de alegría (aunque nadie lo supo).

Nunca te lo pregunté madre, pero creo que hasta compartiste el alma conmigo.


A una botella de champán

A ti, que en bulevares, anaqueles y caminos, provocadora y femenina muestras tu esencia de música y poesía y llevas el paso de tu edad vestido de etiqueta:

Concédeme un instante; desliza por mi cuerpo tu pregón de gotas bailarinas y un guiño de bodegas y burbujas a agotar en la euforia del gusto, igual que se consume en la pasión solar el renglón amoroso del arroyo,

¡Oh deidad de espumas y vapores! 

¿Quién te descubrió vital y virtuosa, proclamó tu nombre de botella y te puso apellido de fiesta? y, ¿quién mejor que tú, para limar la aspereza de mi tierra si en ti va su corazón de uva después de la vendimia?

Sin yugos y sin nortes, nacida al regocijo de los cuerpos, te declaras inventora de peces para aquel que te examina con ansias de vivir en tus burbujas y sin embargo yo suscribo la insistencia con que el hombre también muere hacia ti en la barrera de los ojos, pues vi miles de veces el temblor y la duda en sus alturas y otras tantas recogí su alma tumbada en las aceras, absorta en la misma indecisión que estrechaba tu camino cuando crecías al umbral de los lagares, tal vez amiga mía, porque te amaron demasiado y nunca pensaron que tu boca era de vidrio.


Esther González Sánchez. Vigo, España


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Hay muchas personas que adquieren la costumbre de ser infelices.
George Eliot
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