domingo, 20 de marzo de 2011

Cristina Villanueva

-Buenos Aires, Argentina-

Huevos de Pascua

En la casa de mi tía había para cada niño un conejo de chocolate y un huevo brillante y enorme que se sorteaba entre todos. La fiesta se imaginaba primero en el abrazo de ese aroma avainillado y luego en la boca. Era tan grande el regalo que permitía superar el egoísmo y convidar. Tenía en su interior sorpresas. El mundo se abría en dos esferas ovaladas para derramarse en confites que eran una red de música y sabor. Al principio era el huevo, pintados en sus frágiles cáscaras en las vidrieras de Praga me contaban historias de las manos pacientes que los vaciaban de la fuerza de la yema y de la clara y se volvían arte a ser cuidado. Frágiles cáscaras que encierran el profundo enlace entre las manos y el alma, un idioma. Cómo sobrevivirán en este mundo, que parece haber perdido el encanto de lo pequeño, las desvalidas cáscaras pintadas Ahora habitantes de un mercado que violenta lo humano, ese momento previo al sorteo, donde esperábamos, con los ojos grandes, ser los dueños de la joya oscura, guarda una maravillosa inocencia… Deseo de que saliera el papel con nuestro nombre. Si no ganábamos, igual saltarían los pequeños trozos a la lengua y la esperanza de que en otra Pascua, se hiciera nuestro el premio y nuestra la sonrisa de los otros al recibir la magia renacida de la espera y el chocolate que parecía multiplicarse en el reparto.


El azar y el deseo

El jardín colmado de sorpresas, como la vida. Un infinito pequeño. El azar es una forma del deseo piensa, mientras ve plantas que algún viento llevó a un cruce singular. Así, en un cantero con flores, sucesos que seguramente se dieron en la noche, crece una planta hija de la que estaba en el extremo opuesto. Las razones botánicas, los placeres del intercambio, generan una riqueza inesperada. El otro verde, el tono distinto, no es rechazado como a veces sucede entre los humanos. La humedad, una música, la piel de unas hojas contra otras, dejan algún regalo para descubrir en la mañana. El café se adelanta en el perfume, una flor de un rosado masculino, como el de la langosta, avanza hacia otra, rosa, pequeña, femenina, abierta apenas en la espera. Los pájaros caminan sobre el pasto como sobre uno de los sueños del mar. Mientras el café desarma en la boca el jugo de sus granos de vida, las dos flores duermen su abrazo de amantes. En recortes, ventanas abiertas, espacios tejidos entre las ramas, aparece el cielo como las letras de un mensaje a descifrar.


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La felicidad ininterrumpida aburre: debe tener alternativas.
Molière

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2 comentarios:

  1. Gracias por tu regalo de esos dulces Huevos de Pascua hecho con esas palabras con que nos deleitas.
    El azar y mi deseo de leerte, de degustarte se hicieron realidad.
    Angel K.

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  2. Apreciado Ángel:
    Gracias por tus palabras acerca de los escritos de Cristina. Me agrada saber que los disfrutaste.
    Un saludo cordial
    Analía

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