domingo, 12 de diciembre de 2010

David Lagmanovich

-Tucumán, Argentina-

Fin del libro

Al terminar la novela se preguntó “¿qué hago ahora con estas 350 páginas?”. La meteorología vino en su auxilio: un viento feroz entró por la ventana entreabierta, arrebató las hojas aún no encuadernadas y, junto con otras varias pertenencias suyas, las sumergió en el río cercano. “Primera vez que veo una novela río”, atinó a balbucear el escritor.


Utilidad de los aeropuertos

Los aeropuertos son grandes lugares de encuentro. Se topan allí el psicoanalista con el ex paciente que sostiene la innata estupidez de Freud, el torturador con la hija de una de sus víctimas y, sobre todo, la divorciada con su ex marido y la nueva pareja de él. No se sabe si van juntos a alguna parte, pero no cabe duda de que al encontrarse sonríen. Los asesinatos pueden esperar.


Censura

Aquel periodista había sido censurado tantas veces, que cuando se suicidó su carta al juez comenzaba: “No se informe a nadie de mi muerte”.


Escritor olvidado

Manuel era un escritor olvidado. En su vejez, ya cerca de la muerte, pensar en ese hecho le producía grandes sufrimientos. Cuando llegó el día final, que esperaba con los ojos cerrados, una voz le dijo al oído: “Nada temas. Has sido honesto y piadoso. Aquí te han olvidado, pero el Señor no olvida a sus hijos. En el cielo están todos tus libros, incluso los que quedaron inéditos, y también los que sólo tenías en el pensamiento”. Manuel murió con una sonrisa en los labios.


Vanidad de escritor

Aquel escritor era tan vanidoso, que se ofendió mortalmente con su editor porque no lo había incluido en una antología de los grandes plagiarios del siglo.


Felicidad

Felicidad, no me sonrías. No me des más de lo que te pido: una mirada desde lejos.


Malas lenguas

El Emir decidió eliminar las malas lenguas en todo el territorio. Una vez identificados por la policía secreta, los súbditos aquejados del mal de las malas lenguas fueron conducidos a hospitales donde, en condiciones higiénicas, sufrieron la respectiva amputación. Poco después los supermercados surtieron sus estantes con latas de lengua en escabeche, que consumieron con deleite quienes aún conservaban las suyas. La campaña terminó cuando, debido a una equivocación, el Gran Visir perdió el uso del habla. Después de este tropiezo, y a pesar del éxito logrado, nadie volvió a mencionar el asunto.


Fin de discusión

Está bien, quédate con la última palabra. Pero será la última que pronuncies en tu vida: de eso me encargo yo.


La contienda

En la contienda con los fantasmas del sueño ganan siempre los fantasmas. Hasta que el durmiente recuerda que tiene un recurso último, la carta de la luz. La usa y los fantasmas del sueño salen derrotados. Por ahora, en la inquieta vigilia del alba, siente crecer dentro de sí una infinita desolación.

.................Del libro Menos de 100. Microrrelatos (agosto 2007)

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Quien no puede guardar sus pensamientos dentro de sí, será incapaz de hacer grandes cosas.
Thomas Carlyle

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