domingo, 13 de junio de 2010

Yeni Pérez Zamora

-Salta, Argentina-

Cinema

………………………a Lucrecia Martel

Hacía tanto que no iba al cine… Con el corazón en la boca bajó del micro. Miró su relojito. Faltaban quince minutos. Empezaba a las tres de la tarde. No quería llegar cuando hubiera comenzado porque “Miss Mary” era toda una historia. Había leído el libro con avidez y ahora vería en la pantalla, a lo mejor lo que se había imaginado al leer, mientras comiera pochoclo, sintiéndose la protagonista durante una hora y media, sumergida en la butaca de cuero con olor a naftalina.
Pero, cuando llegó a la esquina, dos policías le impidieron pasar. Pensó que estaba soñando. Explicó que debía llegar al cine antes de las tres. Corrió la media cuadra que la separaba de la puerta. Subió la escalinata, al tiempo que abría la cartera. Se colgó de la ventanilla de la boletería. Compró la entrada; no esperó el vuelto.
Volvió la cabeza para saludar a un conocido y fue entonces cuando vio el espectáculo: la película estaba en su apogeo en medio de la calle. Quedó petrificada.
Oía los gritos de la directora, quien, trepada en una plataforma que subía o bajaba con lentitud, tenía el ojo pegado a la lente de una cámara que registraba todo.
“¡Corten!”, “¡Repetimos todo!”, “¡Escena Teremin 28, de nuevo!”, eran los mensajes sin conexión, para ella que no entendía nada, disparados por el altavoz. El grupo de extras repetía con resignación la escena del músico loco y su Teremin, especie de órgano electrónico sin teclado, al que no era necesario tocarlo para que sonara. Sólo acercar las manos y el sonido comenzaba a fluir. El personaje movía las manos dibujando curiosas piruetas en el aire, como si en lugar de manos tuviera alas. Según la vehemencia y la gracia, el sonido se volvía más estridente.
Un grupo de extras curiosos caminaba por la vereda, se paraba a escuchar, contaba hasta diez y reanudaba su camino, justo cuando la directora le pedía a Carlos, el protagonista, distraído en firmar autógrafos y recibir besos, que cruzara la calle y avanzara en dirección al extraño casi ejecutante del Teremin. Ella entendió que la escena debía ser una pieza del rompecabezas de la historia total.
Se sentó en las escalinatas de mármol del cine para ver mejor la filmación. Entendió por qué el policía le había impedido pasar en la esquina. Zafó porque iba al cine. Siguió atenta el despliegue. Sin embargo, quería entender la historia. Imaginó tres tramas diferentes. En eso, apareció una adolescente de rostro alucinado a la que un peluquero le acomodaba el mechón que le caía sobre la frente. Dos muchachos fleteros y un señor con portafolio cruzaron la escena, mientras un auto se detenía, se abría la puerta trasera y el primer actor subía, fingiendo realidad. Pero ningún argumento le cerraba.
Se fue metiendo en la filmación, atraída por el desarrollo de la acción. De nuevo ese loco deseo de ser la protagonista. El corazón le brincaba en el pecho. “¡Corten!”, gritó, en eso, la directora. Advirtió que había pasado más de una hora. Recién entonces se acordó del cine y de la película que tanto deseó ver.
Todavía tenía la entrada en la mano. La arrugó, la hizo una pelota y la tiró. Ya no le servía: estaba viendo otra película.


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Lo más urgente es lo de ahora y lo de aquí. En el momento que pasa y en el reducido lugar que ocupamos, está nuestra eternidad y nuestra infinitud.
Miguel de Unamuno

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3 comentarios:

  1. Guauuuuuuuuuuuuuu, brillante relato!! Felicitaciones!!

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  2. ¡Muy interesante! Mantiene la atención en forma sostenida, durante todo el relato. Felicitaciones.
    http://webs.uolsinectis.com.ar/vida-reflexion

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  3. Muchas gracias queridas Nerina y Graciela.
    Sí, es una historia interesante, bien narrada.
    Mi cariño y buenos deseos
    Analía

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