lunes, 26 de abril de 2010

Miguel Oscar Menassa

-Buenos Aires, Argentina - Madrid, España-

En la ciudad


La soledad del parque
ha vuelto.

La soledad del niño
que no se puede dormir
pero tampoco levantar
ha vuelto.

Qué hago con ella ahora
cuando no quedan
parques que frecuentar
ni habitaciones donde dormir.


Conscripto Clase 40

A veces te pierdo.
No sueles estar en los ojos
de ningún marinero de mi país.

Ellos son altos
y hablan de sus mujeres
voluntariamente casadas con ellos
voluntariamente cansadas de ellos
casualmente enamoradas de otros.

Tú no apareces en sus ojos
pero en verdad
ellos no saben de ti
más que estas ganas mías de decirles:
hace tanto tiempo que no la veo
ella es dulce
como el corazón de vuestras abuelas
ella no está cansada
y, si no aparece,
es porque le gusta ser misteriosa.

Los ojos de los marineros de mi país
son de un color ronco,
mas ella, a veces, se complace
en convertirlos en tardes de verano.
Cuando esto sucede
ellos miran dulcemente
mi tremenda manera de saber estar solo
y al continuar sus caminos
se acuerdan de sus mujeres.


La calesita, juego para niños

Recorrer las calles de mi barrio
sueltas las amarras de mi niñez
no es mi oficio.

Camino con los hombres hasta cansarlos
de tanto hablar de la ciudad
que cada día descubro
en mi amada tímida y de la provincia
en mis amigos
que se toman sus vinos y sus mujeres.
En la capacidad de la tierra.

Salto, desato el corazón
y empecinadamente invento
gestos y palabras para el amor
como los pescadores del pueblo de mi padre
redes y barcas para la pesca.

Padre ya no tiene su juventud en casa.
Su pueblo y las mujeres de su pueblo
se han perdido en Buenos Aires.

Esta ciudad que conozco no es un juego para niños.


Último canto

El tiempo pasa para los niños.
No se detiene.
Áspero golpea
de soledad en la ciudad tremenda
los corredores de la infancia.
Madre se queja por amor. Limpia el verano.
Amada vuelca su contenido en la tierra.

Esta realidad no tiene parecido.


He vivido estos días

He vivido estos días
apurándolos
como las copas de mi juventud.
Sin detenerme para decir
aquí está el sol
aquí la soledad.
Sin detenerme para llorar
los días verdaderamente terribles.
Sin decir tu sonrisa luminosa
tu dolor amada, tu boca y tu dolor.
Tu canto
desesperada voz.


Del libro 22 Poemas y La máquina electrónica o Cómo desesperar a los ejecutivos

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Al cerrar un libro, el lector ideal siente que, de no haberlo leído, el mundo sería más pobre.
Alberto Manguel

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2 comentarios:

  1. Qué hago con ella ahora
    cuando no quedan
    parques que frecuentar
    ni habitaciones donde dormir.

    ¿Habrá que inventarlos tal vez?
    Hacerlos poesía.

    SAludosssssss

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  2. Gracias por tus palabras, Mónica
    Mi cariño
    Analía

    ResponderEliminar

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