lunes, 24 de agosto de 2009

Wenceslao Maldonado

-Buenos Aires, Argentina-

Servicio postal


Una carta es una carta
y un papel con voz y con recuerdos
marcados con la tinta desprolija
de una birome barata.
La carta es mucho más que un salto
de tiempo y de suspenso
con la emoción de la espera en retroceso,
hoy que fue un ayer
con su incógnita del mañana,
cuando un cartero
medianamente correcto y aburrido
traiga ese sobre, sucio por los sellos,
que guarda celosamente algún secreto.
Por eso no escribe ni recibe cartas;
no quiere comprometerse con la ausencia.


El deseo

Y nada más que este cálido dedo
que roza sus intenciones.
Y este ojo
que lo observa de soslayo.
O el labio susurrado.
O la respiración tan contenida.
Nada más, y queda
como el náufrago herido
por la inmensidad del mar.


La infancia

Había un tiempo
en que debíamos ser niños,
se decía,
y jugábamos obstinadamente
a la escondida
o al doctor,
y yo era el enfermo, se decía,
y nos reíamos todo el tiempo
en el jardín de Martínez,
un pino borroso de corteza triste,
el limonero lánguido de siempre
y el laurel, sonoro, oscuro,
se decía,
y el perro nos saltaba en una fiesta
o saltábamos nosotros
en la ronda de un baile de guirnaldas
con lucecitas de Navidad nostálgica
y todo eso, se decía
cuando éramos chicos y corrían
bicicletas de jazmín airoso
por esas calles llenas
de verano y perfume,
y lo decía
como tratando de espiarse
por los ángulos del ojo,
del ojo que no ve, que no recuerda.


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Me gusta la gente justa con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.
Mario Benedetti

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