lunes, 12 de mayo de 2008

Gustavo Pascaner

Brujerías

Ya todo estaba listo. Ésta era la cuarta función de la gira. El asistente tenía preparada la consola de control de luces. Conocía al detalle los pies que le daría el mago para brindarle al espectáculo los impresionantes juegos de colores, estudiados a la perfección en los cuatro meses de ensayo. La orquesta ya contaba con sus instrumentos afinados, para darle su toque mágico de fantásticos sonidos.
Su secretaria era una chica de unos veinticinco años. Terminaba de ponerse el brillante y ajustado vestido rojo lo que hacía resaltar aún más sus piernas finas y largas. Tenía el pelo oscuro como la misma muerte, lo que contrastaba violentamente con sus vitales ojos azulados y alargados. Su piel era tirante, firme, le calzaba justo en las curvas de los senos y las caderas, como si hubiera estado hecha a medida.
El mago era un hombre alegre, elegante, sagaz y seguro de sí mismo. De rostro anguloso y facciones marcadas que delataban los cincuenta y tantos años de existencia. Contaba ya con una trayectoria recorrida en el mundo del espectáculo y subía al escenario tan relajadamente como si estuviese en su propia casa. Había ganado importantes premios en numerosos concursos y había tenido la suerte de recorrer el mundo con sus famosos espectáculos de taumaturgia. Para la mayoría era considerado el mejor mago del mundo. Otros practicantes del escapismo, el ilusionismo y otras ramas de la magia, lo admiraban secretamente por sus increíbles actos. Y se corrían los rumores de que lo suyo no eran trucos, sino verdadera magia.
El show comenzaba con una refinada pieza musical y su secretaria desaparecía ante la vista del público, por una manzana que al ser arrojada al aire se dividía en dos partes en cámara lenta. La mitad superior se convertía en diez palomas blancas que se posaban mansamente en los brazos estirados del mago. Y la mitad inferior caía libremente contra el piso y al chocar se producía un estallido de humo. La música suave se extinguía al mismo tiempo que se limpiaba el escenario del gris y espeso gas. Y al ocurrir eso la muchacha ya no se encontraba en su lugar, desparecía. El escenario no poseía salidas secretas, ni túneles ocultos. Y nadie sabía cómo lo lograba, sin embargo el público aplaudía inevitablemente ante semejante muestra de habilidad.
Unos terminaban de maquillarlo y otros lo llamaban para salir a escena. Dudó por un momento de sí mismo. Nunca le pasaba. Respiró profundo y subió a las tablas. Cuando las luces dieron en su cara sintió por un instante algo parecido al miedo. Nunca lo había sentido, ni siquiera en su juventud cuando no contaba con la suficiente experiencia. Actuó como si nada ocurriese. Dio un paso hacia el proscenio, pero su pulso falló y casi cae en el intento. Respiró pausadamente para que la gente no lo notase y trató de recuperar la calma. Pensó que se había puesto nervioso, tal vez un truco nuevo que estrenaba esa noche. Pero no era eso. Dio otro paso y trastabilló. No podía permitírselo delante de su público, pero se estaba dando cuenta de que su corazón le fallaba y sentía que se moría en ese instante. Se prometió a sí mismo que ése sería su último show y que iría a visitar al médico con urgencia. Juntó fuerzas y se mantuvo en pie. Sonrió con gracia como siempre lo hacía y su fanatizado público lo ovacionó con un aplauso. Esto le dio mayor fortaleza para seguir adelante.
El mago metió la mano en el bolsillo y sacó una manzana. Esto marcaba el comienzo de la música y la entrada majestuosa de su secretaria. Y así fue. La orquesta tocó y su compañera salió a escena con unos magnánimos pasos de danza. Las luces parpadearon y el mago mostró con un encanto fascinador la roja y brillante manzana. Pero al levantar el brazo sintió una puntada violenta en el medio del pecho. Tuvo la sensación de que no llegaría a su fin la función, no así su vida. El espectáculo debía continuar, y continuó. Arrojó la manzana al aire y casi se detuvo por un instante. Ésta se dividió en dos y ocurrió lo esperado por todos. En un abrir y cerrar de ojos la parte superior se convirtió en diez palomas y la inferior cayó al piso explotando en una nube de humo. Pero cuando el vapor se extinguió algo inesperado por la bella secretaria había ocurrido. Ella se encontraba en el mismo lugar y quien había desaparecido era el mago. Las palomas quedaron volando sobre el escenario hasta que se dispersaron por todas partes. El afanado público aplaudió el espectacular truco al tiempo que la anonadada secretaria buscaba con disimulo y rapidez tratando de divisar al mago, ya que ése no era el plan que habían pactado en los ensayos. El público, boquiabierto, seguía aplaudiendo sin cesar. La joven saludó con estilo y salió. El mago no estaba por ninguna parte. Ése fue su último truco. Nunca más nadie lo volvió a ver.

Gustavo Pascaner – Buenos Aires

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Índole humana


La muchacha hipnotizada
cumple las órdenes del mago
bebe su copa de cianuro
y el público aplaude emocionado.
Julio Carabelli, “Poemas para leer con antiácidos”

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4 comentarios:

  1. Excelente cuento. Muy bien rematado con el poema de J. Carabelli. Felictaciones a los autores y a la editora.
    Alicia Perrig

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  2. Gracias por tus palabras querida Alicia. Sí, realmente escribe bien este muchachito (halaga la tía...).
    Un cariño
    Analía

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  3. Un cuento original, con el remate de un final sorprendente.
    Víctor Hugo Tissera

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  4. Gracias querido Víctor.
    Un abrazo
    Analía

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